Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
  • "In the mood for love". Wong Kar Wai (pelicula)
  • "La espuma de los días." Boris Vian

Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



Para contactar manda un correo a carol_14__@hotmail.com , os contestará Carla, que es un poco arisca. No es por meterme con ella, simplemente es una palabra sonora, por tema de publicidad litetaria...


jueves, 29 de abril de 2010

A través del espejo...

es el tema que me propuso una amiga para escribirlo esta semana, una vez mas pido perdón por las faltas. (Carla, sigue ilustrándome con tu sabiduría ortográfica please).

A través del Espejo
¡¡Por fin había reunido todos los objetos del Dragón Azul de Siete Colas!! Ahora estaba frente al Espejo que le llevaría al otro mundo, al Mítico y Deseado Lugar. Tenía la Tiara de Mitrilo, que le daba pureza de espíritu, la Espada del Golem, que le proporcionaba valor, la varita de Radagast, que le regalaba un poder mágico sin igual... y tenía el libro, ese libro con el conjuro que le permitiría pasar el Espejo.
Puso los objetos alrededor del espejo formando un gnatograma, como explicaba la ilustración, y leyó las palabras: -Lautca amilc, lortnoc serotcaf.
Habrían pasado siglos desde que alguien pronunciase algo en aquella lengua maldita y podrida. De repente el espejo y los objetos del Dragón Azul de Siete Colas empezaron a brillar, con una luz blanca y cegadora. Nuestro protagonista se tubo que tapar los ojos, según había leído en el libro hacía unos instantes, ese era el momento.
Sin ver absolutamente nada, ciego como se encontraba, se lanzó contra el espejo, sintió como un montón de cristales se clavaran en sus carnes, pero tambíen notaba que seguía adelante, que aquellos cristales que no podía ver no le detenían.
Cayó contra el suelo, muy poco a poco fue recuperando la vista, aunque le costaba mucho moverse y sentía aún el profundo dolor de los cristales. Al cabo de un rato se logró incorporar. No tenía ningún cristal en su cuerpo, se dió la vuelta y vio el espejo roto en mil pedazos, se llevó la mano a la frente y suspiró...-¡Un momento!-se dijo a sí mismo.
-Ésta es mi mano derecha... es como si... sí.- Él era zurdo como casi todo el mundo, pero ahora ya no, ahora era diestro. Lo estubo comprobando, no encontraba sus armas por ninguna parte, tan solo tenía el libro, que llevaba en las manos al tirarse contra el Espejo. Agarró una rama del suelo y trató de realizar un ejercicio de esgrima. Solo era capaz de llevarlo a cabo con la derecha, no con la izquierda. Tenía que estar en el otro mundo, el Mítico y Deseado Lugar. Se dejó caer bocarriva en la hierba y lloró de felicidad.
Decidió que ya era hora de ver mundo, avanzó una media hora hasta que llegó a un camino recto y de color negro. Algo pasó como un rayo, y empezaron a pasar muchos mas rayos como ese. Esa sería su primera aventura, utilizaría su agilidad y velocidad para atravesar el camino de los rayos. Estubo un rato mirandolos y por fin, se lanzó a la aventura.
Alguien se abalanzó sobre el coche, no le dió tiempo a frenar, lo arroyó. Bajó asustado y vió a un mendigo, con una pinta zarrapastrosa, en un charco de sangre, a unos metros había un libro viejo, las páginas se pasaban con el viento, se veía que no estaban escritas mediante imprenta, sino que parecía uno de esos manuscritos medievales, pero el conductor observó que estaba escrito con las letras y las páginas al revés. Estubo medio minuto paralizado, observando el panorama sin mover un músculo.
Estaba asustado, pararon varios coches y en seguida vino la ambulancia y la policía, los médicos confirmaron la muerte del hombre que surgió de la nada. Un policía se le acercó, tendría que declarar los hechos...

miércoles, 28 de abril de 2010

Tick Tack

Se revolvió un tanto en el banco, luego se levantó, giró sobre si mismo y comenzó a deambular de un lado a otro en línea recta, cada vez más rápido, con zancadas cada vez más largas. Miró dos o tres veces el reloj y en tal tarea estaba cuando, de repente, volteó la cabeza de un golpe hacia el altavoz que mascullaba al final del andén: Próximo tren no admite viajeros. Dejo caer la cabeza y resopló, volvió a mirar el reloj. Cinco minutos de retraso. Se sentó nuevamente y sacó un periódico de la cartera, lo ojeó sin detenerse en ninguna página, mirando hacia la muñeca con cada titular.

Apartó el periódico a un lado con brusquedad. Se mantuvo muy quieto, sacó el pañuelo y se secó el sudor de la frente con gesto cuidado. Apoyó las manos sobre las rodillas. Siete minutos de retraso. Silbó una canción desenfadada y tamborileó con los dedos durante un rato. Miró el reloj. Diez minutos de retraso. Volvió a secarse con manos temblorosas el sudor de la cara y el del cuello y el de los brazos. Repitió la limpieza unas cuantas veces. Entonces se levantó de un golpe. “Chamartín, via 2, Chamartín vía 2” .Se acomodó las mangas de la camisa y la alisó concienzudamente. Cerró los ojos, relajó los hombros, ladeó el cuello y se lo masajeó con suavidad, inspiró y espiró un par de veces. Sonrió. Las puertas del tren se abrieron. Un torrente de cuerpos, bolsos, carteras, bastones y otros manchones indistinguibles inundó el andén. Se apartó con dificultad de las puertas del tren y esquivó refunfuñando a los implacables invasores, mientras volvía compulsivamente la cabeza de un lado a otro.

Pronto la estación quedó desierta, observó un rato más, girando la cabeza más despacio y al fin chasqueó la lengua y torció la boca. Volvió cabizbajo al banco arrastrando los pies y se dejó caer.

Entonces sucedió: tras tornar los ojos hacia la derecha, aferró fuertemente las barras metálicas del banco con las manos y se inclinó hacia delante. Sus ojos brillaban y sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Había llegado.

martes, 27 de abril de 2010

Si me necesitas, llámame


Los dos habíamos estado involucrados con otras personas esa primavera, pero cuando llegó junio y terminaron las clases decidimos poner en alquiler nuestra casa en Palo Alto y trasladarnos a la costa más al norte de California. Nuestro hijo, Richard, pasaría el verano en casa de la madre de Nancy, en Pasco, Washington, donde podría trabajar y ahorrar algo de dinero para la universidad. Ella estaba al tanto de la situación en casa y ya estaba buscándole un empleo por la temporada. Había hablado con un granjero que aceptó tomar a Richard para que juntara heno y arreglara alambrados. Un trabajo duro, pero Richard estaba conforme. Lo llevé a la terminal el día después de su graduación y me senté con él hasta que anunciaron su ómnibus. Su madre ya lo había despedido llorando y le había dado una larga carta que él debía entregar a la abuela en cuanto llegara. Prefirió quedarse terminando las valijas y esperando a la pareja que alquilaría nuestra casa. Yo compré el pasaje de Richard, se lo di y me senté a su lado en uno de los bancos de la terminal. En el viaje hasta allá habíamos hablado un poco de la situación.

–¿Van a divorciarse? –había preguntado él.

–No, si podemos evitarlo –le contesté. Era un sábado por la mañana y había poco tránsito–. Ninguno de los dos quiere llegar a eso. Por eso nos vamos; por eso no queremos ver a nadie durante el verano. Y por eso te enviamos con la abuela. Para no mencionar el hecho de que volverás con los bolsillos llenos de dinero. No queremos divorciarnos. Queremos estar solos y tratar de solucionar las cosas.

–¿Aún amas a mamá? Ella dice que te sigue queriendo.

–Por supuesto que la amo. Deberías saberlo a esta altura. Sólo que hemos tenido nuestra cuota de problemas, y necesitamos un poco de tiempo juntos, a solas. No te preocupes. Disfruta el verano y trabaja y ahorra un poco de dinero. Considéralo unas vacaciones de nosotros. Y trata de pescar. Hay muy buena pesca por allá.
–Y esquí acuático. Quiero aprender.
–Nunca hice esquí acuático. Haz un poco de eso también. Hazlo por mí.
Cuando anunciaron su ómnibus lo abracé y volví a decirle:
–No te preocupes. ¿Dónde está tu pasaje?
Él se palmeó el bolsillo de su campera. Lo acompañé hasta la fila frente al ómnibus, volví a abrazarlo y le di un beso en la mejilla. Adiós, papá, dijo él y me dio la espalda para que no viera sus lágrimas.
Al volver a casa, nuestras valijas y cajas estaban junto a la puerta. Nancy estaba en la cocina tomando café con los inquilinos, una joven pareja de estudiantes de posgrado de matemática, a quienes había visto por primera vez en mi vida pocos días antes, pero igual les di la mano a ambos y acepté una taza de café de Nancy mientras ella terminaba con la lista de indicaciones de lo que ellos debían hacer en la casa en nuestra ausencia y adónde debían enviarnos el correo. Su cara estaba tensa. La luz del sol avanzaba sobre la mesa a medida que pasaban los minutos. Finalmente todo pareció quedar en orden, y los dejé en la cocina para dedicarme a cargar nuestro equipaje en el coche. La casa a la que íbamos estaba completamente amueblada, hasta los utensilios de cocina, así que no necesitábamos llevar más que lo esencial.
Había hecho los quinientos kilómetros desde Palo Alto hasta Eureka tres semanas antes, y alquilado entonces la casa amueblada. Fui con Susan, la mujer con la que estaba saliendo. Nos quedamos en un motel a las puertas del pueblo durante tres noches, mientras recorría inmobiliarias y revisaba los clasificados. Ella me vio firmar el cheque por los tres meses de alquiler. Más tarde, en el motel, tirada en la cama con la mano en la frente, me dijo: “Envidio a tu esposa. Cuando hablan de la otra mujer, siempre dicen que es la esposa quien tiene los privilegios y el poder real, pero nunca me lo creí ni me importó. Ahora, en cambio, entiendo qué quieren decir. Y envidio a Nancy. Envidio la vida que tendrá a tu lado. Ojalá fuera yo la que va a estar contigo en esa casa todo el verano. Cómo me gustaría. Me siento tan gastada”. Yo me limité a acariciarle el pelo.

Nancy era alta, de pelo y ojos castaños, de piernas largas y espíritu generoso. Pero últimamente venía baja de espíritu y de generosidad. El hombre con el que estaba viéndose era colega mío, un divorciado de eterno traje con chaleco y pelo canoso, que bebía demasiado y a quien a veces le temblaban un poco las manos durante sus clases, según me contaron algunos de mis alumnos. Él y Nancy habían iniciado su romance en una fiesta, poco después de que ella descubriera mi infidelidad. Suena aburrido y cursi; es aburrido y cursi, pero así fue toda aquella primavera, nos consumió las energías y la concentración al punto de excluir todo lo demás. Hasta que, en algún momento de abril, comenzamos a hacer planes para alquilar la casa e irnos todo el verano, los dos solos, a tratar de reparar lo que hubiera para reparar, si es que había algo. Los dos nos habíamos comprometido a no llamar, ni escribir, ni intentar el menor contacto con nuestros amantes. Hicimos los arreglos para Richard, encontramos los inquilinos para nuestra casa y yo miré en un mapa y enfilé hacia el norte desde San Francisco hasta Eureka, donde una inmobiliaria me encontró una casa amueblada en alquiler por el verano para una respetable pareja de mediana edad. Creo que incluso usé la expresión “segunda luna de miel”, Dios me perdone, mientras Susan fumaba y leía folletos turísticos en el auto estacionado fuera de la inmobiliaria.
Terminé de cargar las cosas en el coche y esperé que Nancy se despidiera por última vez en el porche. Yo saludé desde mi asiento y los inquilinos me devolvieron el saludo. Nancy se sentó y cerró su puerta. “Vamos”, dijo y yo arranqué. Al entrar en la autopista vimos un coche con el escape suelto y arrancando chispas del pavimento. “Mira”, dijo Nancy y esperamos hasta que el coche se salió de la autopista y frenó, antes de seguir viaje.
Paramos en un café cerca de Sebastopol. Estacioné y nos sentamos a una mesa frente a la ventana del fondo. Pedimos sándwiches y café, yo encendí un cigarrillo mientras Nancy deslizaba el dedo por las vetas de la madera de la mesa. Entonces noté un movimiento por la ventana y al mirar en esa dirección vi un colibrí en los arbustos allá afuera. Sus alas vibraban en un borroso frenesí mientras su pico se internaba en una de las flores.
–Mira, un colibrí –dije, pero antes de que Nancy levantara la cabeza el pájaro ya no estaba.
–¿Dónde? No veo nada.
–Estaba ahí hasta hace un momento. Ahí está. No; es otro, creo.
Nos quedamos mirando hasta que la camarera trajo nuestro pedido.
–Buena señal –dije–. Los colibríes traen suerte, ¿no?
–Creo haberlo oído en alguna parte –dijo Nancy–. No podría decir dónde pero sí, no nos vendría mal un poco de suerte.
–Una buena señal. Me alegro de que hayamos parado aquí.
Ella asintió, dejó pasar un largo minuto y probó su sándwich.

Llegamos a Eureka antes del anochecer. Pasamos el motel en la ruta donde había estado con Susan dos semanas antes, nos internamos por un camino que subía una colina que miraba al pueblo y pasamos frente a una estación de servicio y un almacén. Las llaves de la casa estaban en mi bolsillo. A nuestro alrededor sólo se veían colinas arboladas y praderas con ganado pastando.
–Me gusta –dijo Nancy–. No veo el momento de llegar.
–Estamos cerca –dije–. Es más allá de esa loma. Ahí –y enfilé el coche por un camino flanqueado de ligustros–. Ahí la tienes. ¿Qué opinas? Esa misma pregunta le había hecho a Susan cuando hicimos el mismo camino para ver la casa por primera vez.
–Me gusta; es perfecta. Bajemos.
Miramos a nuestro alrededor en el jardín del frente antes de subir los escalones del porche. Abrí la puerta con la llave que traía y encendí las luces adentro. Recorrimos los dos dormitorios, el baño, el living con muebles viejos y chimenea y la cocina con vista al valle. –¿Te parece bien?
–Me parece sencillamente maravillosa –dijo Nancy y sonrió–. Me alegra que la hayas encontrado. Me alegra que estemos aquí. –Abrió y cerró la heladera, luego pasó los dedos por la mesada de la cocina. –Gracias a Dios está limpia. Ni siquiera hace falta una limpieza.
–Nada. Hasta nos pusieron sábanas limpias. La alquilan así.
–Tendremos que comprar algo de leña –dijo Nancy cuando volvimos al living–. Con noches así debemos usar la chimenea, ¿no?
–Mañana. Podemos hacer unas compras también. Y recorrer el pueblo.
Nancy me miró y dijo nuevamente:
–Me alegra que estemos aquí.
–Yo también –dije y abrí los brazos y ella vino hacia mí. Cuando la abracé sentí que temblaba. Le alcé el mentón y la besé en ambas mejillas.
–Me alegra que estemos aquí –repitió ella contra mi pecho.

Durante los días siguientes nos instalamos, recorrimos las calles del pueblo mirando vidrieras y dimos largos paseos por el bosque que se alzaba atrás de la casa. Compramos provisiones, yo encontré un aviso en el diario que ofrecía leña, llamé y poco después aparecieron dos muchachos de pelo largo en una camioneta que nos dejaron una carga de aliso en el garaje. Esa noche nos sentamos frente a la chimenea y hablamos de conseguir un perro.
–No quiero un cachorro –dijo Nancy–. No quiero nada que implique ir limpiando a su paso o rescatando lo que quiere mordisquear. Pero me gustaría un perro. Hace tanto que no tenemos uno… Creo que podríamos arreglarnos con un perro aquí.
–¿Y cuando volvamos, cuando termine el verano? –dije yo y entonces reformulé la pregunta: –¿Estás dispuesta a tener un perro en la ciudad?
–Ya veremos. Pero busquemos uno, mientras tanto. No sé lo que quiero hasta que lo veo. Revisemos los clasificados y veamos qué pasa.

Aunque los días siguientes seguimos hablando de perros y hasta señalando los que nos gustaban frente a las casas por las cuales pasábamos, no llegamos a nada y seguimos sin perro. Nancy llamó a su madre y le dio nuestra dirección y teléfono. Richard ya estaba trabajando y parecía contento, dijo la madre. Y ella se sentía bien. Nancy le contestó:
–Nosotros también. Esto es como una cura.
Un día íbamos por la ruta frente al océano y, desde una loma, vimos unas lagunas que formaban los médanos muy cerca del mar. Había gente pescando en la orilla y en un par de botes. Frené a un costado de la ruta y dije:
–Vamos a ver qué están pescando. Quizá valga la pena conseguirnos unas cañas y probar.
–Hace años que no vamos de pesca. Desde que Richard era chico, aquella vez que fuimos de campamento cerca del monte Shasta, ¿recuerdas?
–Me acuerdo. Y también me acuerdo de cuánto extraño pescar. Bajemos a ver qué están sacando.
–Truchas –dijo uno de los pescadores–. Trucha arcoiris y algún que otro salmón. Vienen en el invierno, cuando el mar horada los médanos. Y, con la primavera, cuando se cierra el paso, quedan atrapados. Es buena época, ésta. Hoy no pesqué nada pero el domingo saqué cuatro. De lo más sabrosos. Dan una batalla tremenda. Los de los botes creo que sacaron algo hoy, pero yo todavía no.
–¿Qué usan de carnada? –preguntó Nancy.
–Lo que sea. Lombrices, marlo de choclo, huevos de salmón. Basta tirar la línea y dejarla reposar hasta el fondo. Y estar atento.
Nos quedamos un rato pero el hombre no sacó nada y los de los botes tampoco. Sólo iban y venían por la laguna.
–Gracias. Y suerte –dije al fin.
–Que tengan suerte ustedes también. Los dos –contestó el hombre.
A la vuelta paramos en una casa de artículos deportivos y compramos unas cañas baratas, unos rollos de tanza y anzuelos y carnada. Sacamos una licencia también y decidimos ir de pesca la mañana siguiente. Pero esa noche, después de la cena y de lavar los platos y poner unos leños en la chimenea, Nancy dijo que no iba a funcionar.
–¿Por qué dices eso? ¿A qué te refieres?
–No va a funcionar, enfrentémoslo –dijo ella sacudiendo la cabeza–. No quiero ir a pescar y no quiero un perro. Creo que quiero ir a lo de mi madre y estar con Richard. Sola. Quiero estar sola. Extraño a Richard -dijo y empezó a llorar–. Es mi hijo, es mi bebé, y está creciendo y pronto se irá. Y lo extraño. Lo extraño.
–¿También extrañas a Del, a Del Schraeder, tu amante? ¿Lo extrañas a él también?
–Extraño a todo el mundo. A ti también. Hace mucho que te extraño. Te he extrañado tanto durante tanto tiempo que te he perdido. No sé cómo explicarlo mejor. Pero sé que te perdí. Ya no me perteneces.
–Nancy –dije yo.
–No, no –dijo ella y negó con la cabeza. Sentada en el sofá de frente al fuego siguió negando y negando y luego dijo: –Voy a tomar un avión para allá mañana. Cuando me haya ido puedes llamar a tu amante.
–No voy a hacer eso. No tengo la menor intención de hacer eso.
–Sí, lo harás. Vas a llamarla en cuanto me haya ido.
–Y tú vas a llamar a Del –dije. Y me sentí una basura por decirlo.
–Haz lo que quieras –dijo ella secándose las lágrimas con la manga–. Lo digo en serio. No quiero parecer una histérica, pero me iré mañana. Mejor me iré a acostar ahora; estoy exhausta. Lo lamento. Lo lamento mucho, por los dos. Pero no vamos a lograrlo. Ese pescador, hoy. Nos deseó suerte a los dos. Yo también nos deseo suerte. Vamos a necesitarla.
Entonces se encerró en el baño y dejó correr el agua. Yo salí a los escalones del porche y me senté a fumar un cigarrillo. Estaba oscuro y silencioso, apenas se veían las estrellas en el cielo. Jirones de niebla del océano ocultaban el valle y el pueblo allá abajo. Me puse a pensar en Susan. Oí que Nancy salía del baño y oí que se cerraba la puerta del dormitorio. Entonces entré y puse otro leño en la chimenea y esperé hasta que se avivara el fuego. Luego fui al otro dormitorio. Abrí la colcha y me quedé mirando el estampado floral de las sábanas. Me di una ducha, me puse el pijama y volví frente a la chimenea. La niebla ya llegaba a las ventanas del living. Fumé mirando el fuego y, cuando volví a mirar por la ventana, creí ver algo que se movía en la niebla.
Me acerqué a la ventana. Un caballo estaba pastando en el jardín, entre la niebla. Alzó la cabeza para mirarme y volvió a su tarea. Vi otro cerca del auto. Encendí la luz del porche y me quedé mirándolos. Eran caballos grandes, blancos, de largas crines, seguramente de alguna granja de los alrededores con algún alambrado caído y vaya a saberse cómo habían llegado hasta nuestra casa. Parecían estar disfrutando inmensamente su escapada. Pero se los notaba un poco nerviosos también: podía verles el blanco de los ojos desde la ventana. Sus orejas iban y venían al ritmo de sus mordiscos. Un tercer caballo apareció entonces y luego un cuarto, todos blancos, pastando en nuestro jardín.
Fui al dormitorio a despertar a Nancy. Tenía los ojos enrojecidos y los párpados hinchados, y se había puesto ruleros y había una valija abierta a los pies de la cama.
–Nancy, tienes que venir a ver esto. No vas a creerlo. Vamos, levántate.
–¿Qué pasa? Me estás lastimando. Qué pasa.
–Querida, tienes que ver esto. No voy a lastimarte. Perdona si te asusté. Pero tienes que levantarte y venir a ver esto.
Pocos minutos después estaba a mi lado en la ventana, atándose la bata.
–Dios, son hermosos. ¿De dónde vienen? Qué hermosos son.
–De alguna granja vecina, supongo. Voy a llamar al sheriff para que ubique al dueño. Pero quería que los vieras antes.
–¿Morderán? Me gusta acariciar a aquél, el que acaba de mirarnos. –No creo que muerdan. No parecen esa clase de caballos. Pero ponte algo encima si vamos a salir. Hace frío afuera.
Me puse la campera encima del pijama y esperé a Nancy. Abrí la puerta y salimos y nos acercamos caminando hasta ellos. Todos levantaron sus cabezas. Uno resopló y retrocedió unos pasos, pero volvió a tironear del pasto y mascar como los demás. Apoyé mi mano entre sus ojos y le palmeé los flancos y dejé que su hocico me oliera. Nancy estaba acariciando las crines de otro, mientras murmuraba: “¿De dónde vienes, caballito? ¿Dónde vives y qué haces aquí en medio de la noche?”, mientras el animal movía su cabeza como si entendiera.
–Será mejor que llame al sheriff –dije.
–Todavía no. Un rato más. Nunca veremos algo igual. Nunca, nunca tendremos caballos en nuestro jardín. Un rato más, Dan.
Poco después, mientras Nancy seguía yendo de uno a otro, palmeándolos y acariciándolos, uno de los caballos comenzó a rumbear hacia la ruta, más allá de nuestro auto y supe que era momento de llamar.

En pocos minutos vimos las luces de dos patrulleros en la niebla y poco después llegó una camioneta con un acoplado para caballos, de la que bajó un tipo con gamulán, que se acercó a los caballos y necesitó un lazo para lograr que entrara el último en el acoplado.
–¡No le haga daño! –dijo Nancy.
Cuando se fueron volvimos al living y yo dije que iba a hacer café y pregunté a Nancy si quería una taza.
–Te diré lo que quiero –dijo ella–. Me siento bien, Dan. Me siento como borracha, como… No sé cómo, pero me gusta. No quiero dormir; no podría dormir. Haz un poco de café y a ver si encuentras algo de música en la radio y puedes avivar el fuego.
Así que nos sentamos frente a la chimenea y bebimos café y escuchamos viejas canciones por la radio y hablamos de Richard y de la madre de Nancy y bailamos. Ninguno aludió en ningún momento a nuestra situación. La niebla seguía allí, detrás de las ventanas, mientras hablábamos y éramos gentiles el uno con el otro. Hasta que, cerca del amanecer, apagué la radio y nos fuimos a la cama e hicimos el amor.

Al mediodía siguiente, luego de que ella terminara su valija, la llevé al aeródromo desde donde volaría a Portland y de allí haría el trasbordo que la dejaría en Pasco por la noche.
–Saluda a tu madre de mi parte. Y dale un abrazo a Richard. Y dile que lo extraño. Y que lo quiero.
–Él también te quiere. Lo sabes. En cualquier caso, lo verás después del verano. –Yo asentí. –Adiós –dijo ella. Y me abrazó. Yo le devolví el abrazo–. Me alegro por anoche. Los caballos. La charla. Todo. Ayuda. No lo olvidaremos –y empezó a llorar.
–Escríbeme, ¿quieres? –dije yo–. Nunca pensé que fuera a pasarnos. En todos estos años. Nunca lo pensé. Ni un sola vez. No a nosotros.
–Te escribiré. Mucho. Las cartas más largas que hayas visto desde las que me enviabas en el secundario.
–Las estaré esperando.
Ella me miró largamente y me acarició la cara. Entonces me dio la espalda y se alejó por la pista rumbo al avión.
Ve, mi más querida, y que Dios esté contigo.
Ella abordó el avión y yo me mantuve en mi lugar hasta que se encendieron los motores y la nave empezó a carretear por la pista y despegó sobre la bahía y se convirtió en una mancha en el horizonte.
Volví a la casa, estacioné el coche y miré las huellas que habían dejado los caballos la noche anterior, los trozos de pasto arrancado y las marcas de herraduras y los montones de bosta aquí y allá. Entonces entré en la casa y, sin sacarme el saco siquiera, levanté el teléfono y marqué el número de Susan.


Raymond Carver

sábado, 24 de abril de 2010

Plástico

A la calle del Sil 12, por favor. Recorrido más corto desde la calle del Majuelo: según te encuentras en la calle del Majuelo, la primera a la izquierda, llegarás al Paseo de las Acacias, todo para abajo, una, dos, tres, cuatro calles, hacemos la rotonda de Embajadores, cinco calles más por la Ronda de Atocha y llegaremos al hotel Mediodía, atravesamos la Calle Infanta Isabel para coger la calle Alfonso XII, todo para arriba, a derechas rodeamos el retiro, después giramos en Alcalá y a la izquierda cogemos Velázquez, pasamos Goya, Hermosilla, Don Ramón de la Cruz, …mmm…¿Ayala?...¿iba antes?...Sí,Ayala…Lista, Padilla...giramos a la décima,…No,todo recto,ahora sí: giramos por Guturbay, hacemos la rotonda, la primera a la izquierda, bajamos tres calles más (Echegaray, Marco Antonio y Condesa de los Fresnos), la siguiente a la derecha, hacemos el stop, embragamos a fondo, cogemos aire y …mierda esa está prohibida.

Le quedaban 48 horas para el examen y todavía tenía que aprenderse los nombres de más de 200 calles, rotondas, plazas, pasajes, puentes, viaductos, avenidas, paseos, travesías, rondas, carreras, corredores, campillos, puertas, postigos, plazuelas, cuestas, glorietas, cañadas, sendas, costanillas, pretiles, callejones, galerías, riberas y otras tantas vías que con mucho gusto él hubiera unificado en un gran descampado con ayuda de un lanzacohetes marca Nibo y un par de grandes incendios estratégicamente provocados.

Como ya no llovía, había decidido volver a casa andando e ir repasando el examen. Además, no tenía ninguna prisa por llegar a casa: pensó en su chico y lo bien que se lo estaría pasando en el viaje de promoción; y ,si al menos su compañera de piso no se hubiera ido también, en casa le esperaría algo más que un par de ratones despeñados en la nevera y un presentador de noticias vestido de tigre tratando de llamar la atención del cuero del sofá.

Al pasar por el parque, tanto la tentación en forma de banco al sol como el callejero que le pesaba en la espalda, fueron suficientes para que se sentara e intentara estudiar un rato.

Sacó sus apuntes con los más de 60 recorridos que se consideraban indispensables para aprobar el examen y trató de concentrarse.

Calle de Cantarranas, del Tribulete, Mesonero Romanos, Alcanfor y Camillo José Cela. Paseo de las Acacias, Paseo de la Castellana, de la Habana, de la Constitución, de Recoletos… Nunca lo conseguiría. Tal vez si cambiaba el método le rendía más. Cogió el callejero con una mano, lo sostuvo a un lado de ella, cruzó las piernas, se tumbó boca arriba y hasta de costado, e incluso se cambió tres veces de banco pensando que era allí donde residía el problema.No podía estudiar. Pensaba en lo poco atractivo que le resultaría el eco de sus pisadas y no le apetecía nada llegar a casa. Tampoco las persianas sin levantar y las puertas cerradas le agradaban. Tendría que ponerse la música a todo volumen para amortiguar un poco aquel silencio espeluznante. Se sentía rara, como si hubiera comido hojas de lombarda cruda, y pensó en darle salida a todo eso. Volvió a las calles, pero decidió no engañarse más y sacó el bloc de camarero dónde escribía sus poemas.

No había escrito aún unas pocas letras cuando su cuadernillo se oscureció y, como un acto reflejo, lo cerró de golpe.

Hola, dijo el eclipse.

Hola, contestó algo sorprendida.

¿Qué tal moza?

Pues…muy bien…aquí, tomando la fresca.

Ah, ¿y qué haces?

Pues intentaba estudiar para un examen que tengo dentro de dos días, pero son demasiadas cosas.

Eso está muy bien, dijo sentándose demasiada cerca de ella en su barco. ¿Y de qué es el examen?

De calles de Madrid.

COmo pesó que iba resultar difícil que aquella conversación no resultara incómoda al menos para uno de los dos, seguidamente añadió que era para ser taxista.

Son un montón y me hago un lío horrible pero las que son graciosas como Calle de la lechuga o la de la Alegría de la Huerta, se me quedan bien.

Pues mira, ahora mismito yo vengo de jugar al mus con los amigos en la calle Montalva de Pilila. Seguro que esa ya no se te olvida.

Jeje, seguro que no y se lo agradezco. Además, eso está aquí al lado. Yo vivo en la que corta. Qué juega, ¿en un bar?

Que va, en un centro de mayores, pero entre tú y yo, eso está lleno de viejos.

Susurró bajando la voz mientras le guiñaba un ojo y le rozaba una pierna.

¿Quieres un caramelo? Los acabo de comprar en la esquina.

Nunca aceptes caramelos de desconocidos.

No…muchas gracias, acabo de comer.

Quería parecer tímida por educación.

Sí, hombre, sí, que tengo un montón.

Se rebuscó en los bolsillos de la chaqueta de tweed marrón y de abuelo que llevaba y sacó una bolsa enorme llena de botones marrones.

Bueno, dijo sonriente para no parecer desagradecida, depende de qué sabor.

En el fondo le daba igual el sabor pero trataba de ser coherente consigo misma.De pronto, se sintió obligada a decir algo mientras rechupeteaba el Solano en su boca.

Por cierto, ¿cómo se llama?

Me llamo Juan y no me llames de usted, que me hace más alto. ¿Y tú bonita?

Me llamo Marta.

De nuevo le tocó un brazo para ayudarle a ponerse la chaquetita que traía consigo más por pudor que por frío.

Gracias. Vale, pues Juan, ¿a qué te dedicas?

¡A nada!

Exclamó sorprendido.

Llevo quince años jubilado y ya no hago más que jugar al mus de vez en cuando y asaltar a lindas jovencitas en los parques.

Rieron, él con ganas y ella nerviosa. Era el momento de recordarle de dónde venían las ‘’lindas jovencitas’’.

Y dime, ¿tienes nietos Juan?

No, tengo una hija. Funcionaria del Estado por convencimiento y soltera de profesión. Está ahora en casa, cuidando de mi mujer que está muy mayor y tiene osteoporosis. Me he parado aquí para descansar y porque voy bien de tiempo pero en cuanto llegue a casa, mi hija se marchará y yo me quedaré vigilando a que a la viejita no le entren ganas de bailar y se rompa una rodilla. ¿Quieres tomar algo?

No, qué va, muchas gracias.

Ojeó el reloj del móvil.

De hecho me tengo que ir ya, tengo inglés dentro de un ratito y hasta que llegué…

Pero si por tomar algo no pasa nada… y tú, ¿tienes abuelos?

Si, tengo a los cuatro. Una suerte. También viven en Madrid pero no les veo mucho. Una tiene Alzheimer y está en una residencia.

Tienen mucha suerte de tener una nieta tan guapa.

Ya estamos.

¿Y tú tienes algún nieto, Juan?

No. Mi hija no tiene pareja pero me encantan los niños y por eso llevo siempre montones de caramelos encima. Dime, ¿no quieres tomar algo?

No, de verdad que no.Me tengo que ir. Pero bueno, gracias por el Caramelo. No suelo venir mucho por el parque pero ya nos veremos. Recuerda que soy del barrio.

Dame el teléfono.

Se puso de pie y sacó lo que parecían un puñado de tickets del Día y cartillas de la quiniela. Finalmente, encontró una plumilla roja y miró a la chica ilusionado.

660241989, cuando quiera, llámeme y le contaré si he pasado el examen.

Gracias.

Se despidieron con un sincero apretón de manos y una sonrisa en los labios.

Ha sido un placer.

+++

Cuando llegó a casa, se acordó de lo que estaba escribiendo en su bloc justo antes de que llegará Juan. Fue a su mochila lo releyó y en vez de continuar con el poema que había empezado, tachó la palabra ‘soledad’ que había escrito, y empezó a escribir un cuento de hadas.

jueves, 22 de abril de 2010

La solución (continuación)

No sabía si todos los del refugio se creían la historia, su padre no sabía de sus dudas, pero su madre, siempre más sosegada, le había recomendado rezar, pues es Él el que siembra las dudas.


Las cosas son como son.


...resollaba con fuerza, la visera del casco le molestaba y como le quedaba pequeño le iba golpeando rítmicamente en el cráneo a cada paso, El Carnicero ya estaba en primera fila, poseído por el hacha, quizás durante un momento pensó que se iba a librar de del ritual y deseó no haber oído un quejido lastimero detrás de el esqueleto de un espino...una niña pequeña, mutada como el resto, no son hombres nos decía El Carnicero, pero ese llanto … parecía jodidamente...


...JODIDAMENTE HUMANO.


A sus espaldas oye una voz autoritaria que le hacer dar un respingo involuntario.


***


La idea en sí es una locura, clac clac clac!! casi siento como me saltan chissspas de la emoción...¿una colonia espacial? Menos mal que tengo a R063rt; yo se preparar mas de 300 recetas de sushi pero eso no sirve para construir un transbordador, hay que hacerlo con cuidado, si no esos pirados del búnker 37 podrían echarlo todo a perder, rabiosos psicópatas mesiánicos!!! plit plit plit! Tengo que tener cuidado con el aceite y no pensar mucho en ello, como unidad cibernética independiente no poseo módulos que expliquen o cuantifiquen sentimientos o sensaciones, pero siento sobrecargarse mis circuitos cuando detecto una profanación tan profunda de mi código cívico de comportamiento, debo tener cuidado...


***


-Muy bien chaval, ahora no la cagues, coge firmemente el mango y ¡golpea con saña!


dudasdudasdudasdudasdudasdudasdudasdudasdudasdudas


-¡Si no lo haces tu lo haré yo mismo, y le diré a tu padre que eres un maldito cobarde!


Él ha cerrado los ojos, pis cálido, se siente como un bebé, solloza moquea lágrimas estériles al terreno estéril, agarra firmemente el mando, hasta que se le blanquean los nudillos y golpea...golpea. . .g o l p e a.


***


Ya había dejado las pistas para que les encontraran, tan invisibles como ellos mismos para ojos ciegos que casi no sabían ni leer, ahora sólo quedaba esperar, hábilmente camuflada la dirección del casino...fue una verdadera suerte que contactasen con ellos, y que fuera R063rt con quien hablasen, él entendía de que iba todo aquello, su programa lo entendía, se salvarían sólo unos pocos, pero era mejor que nada, serían famosos en el mundo entero, cuando se restableciera la civilización, su sacrificio les haría estar a la altura, nada menos, que las más insignes almas humanas, qué más se podía pedir, qué más se podía desear...


***


No volvería a conciliar el sueño, pero eso él aún no lo sabía, lo había hecho, ¡lo había hecho! Y su padre le dio una sonora palmada en la espalda, ahora lo sabía, estaban todos locos, irremediablemente locos, los huevos, la reencarnación de Dios, esta vez ovíparamente, su misión, su visión, todo estaba retorcido, distorsionado … dementes! No podrá quedarse, ya no, esta misma noche huirá, lejos...lejos...no importa donde, sólo las estrellas sabrán que ha escapado. No más de ellos que de sí mismo.

domingo, 18 de abril de 2010

sukuiah

Bueno, aquí van mis haiukus o mas bien los "sukuiah" como dijo Patitas, jeje. Ya comenté que me lié e hice 7-5-7 en lugar de 5-7-5 como correspondia. En fin, que espero que os guste!

Aquel tejado cayó
¿Que día será?
Comida ya, por favor

Extiende esta pierna
hora la otra
Relájate y goza

Pastaban las ovejas
El humo daña
Nado para escapar

sábado, 17 de abril de 2010

Scotex

No había derecho, hombre. Todo había estado bien, siempre era así, estaba acostumbrado a ganar ¿por qué ahora se había puesto tan nervioso? Quizás algo tendría que ver la aparición de ese gusano al que habían destruído sus comentarios en el consejo del otro día. Ni siquiera estaba seguro de haberlo visto de verdad, no tendría ninguna explicación hallarlo tan lejos de su lugar de influencia, y era como si alguien se estuviera mofando a su costa. Lo que le estaba sucediendo era insólito. Había pisado a muchos otros para llegar hasta ahí y ahora estaba desperdiciando la oportunidad de su vida.
Se sentía acalorado y todo, hasta el reloj de pulsera, le apretaba.
Las cuatro paredes de aquella habitación no le ofrecían ninguna protección y tendría que salir. Y cuando saliera de ahí, los del otro lado de la puerta querrían ver a la persona confiada que minutos antes había entrado y no a la persona sudorosa e insegura en la que ahora se había convertido. Se daba pena e inspiraba patetismo. No era un débil pero allí todo el mundo parecía débil. Se rascó la cabeza desesperadamente y miró hacia el foco que iluminaba la habitación. Se removió nervioso en su trono sin poder ir a ningún lado. Movió las piernas y consecuentemente los pies. Los giró primero hacia un lado y luego hacia el otro. Jugueteó con la idea de tal vez no salir vivo de ahí. ¿Entrarían a buscarle si tardara mucho? Nadie dejaría perderse a un ejecutivo tan prometedor como él así por así. Se olió por encima con asco y se repugnó a sí mismo. Sin duda si no se daba prisa, entrarían a por él.
Miró a su alrededor, buscando algo con lo que matarse, pero no había nada. Quizás si alcanzaba cierta altura tenía suerte y se partía una pierna. Pero, no eso, no le ayudaría y luego vendrían las explicaciones. Sonrío nerviosamente y se tiró del pelo. Se sorprendió al ver que la Marquesa de la Conjunción Copulativa le devolvía la sonrisa y cogió la revista con ansia arrugando la portada. Intentó abstraerse y enfocar la vista, pero las letras también se habían puesto de acuerdo para incomodarle y bailaban ante sus ojos borrosos por el sudor que resbalaba de su brillante frente. Además la historia era una chorrada sensacionalista y superficial. En otros momentos, le habría encantado.
Los siguientes minutos fueron parecidos a un infierno. Pateó, cruzó las piernas, se puso recto, y se curvó de nuevo, las palmas de sus manos llegaron a tocar el suelo y a alzarse desesperadamente hacia el foco, carraspeó con fuerza y de su garganta salían sonidos animales, levantó los talones varias veces y convulsionó. Apretó la cara de la marquesa con sus puños y su sonrisa se torció en una mueca.

El magnate japonés rodeado de su cuadrilla de carroñeros parecía el jefe de la manada antes de salir de caza. Se acercó a la bonita japonesa que les acompañaba y le susurró algo al oído.
-¿Lleva mucho tiempo ahí? ¿estará bien?- le preguntó la intérprete
-Si, dígale que no se preocupe, no le debe de quedar mucho…Mire por ahí viene- dijo al tiempo que un apuesto y macizo ejecutivo salía triunfante del lavabo de hombres y se dirigía hacia ellos con aire decidido y con aplomo imperturbable.
-Perdonen la tardanza, había mucha cola- se disculpó al llegar al grupo. Tras guiñarle un ojo a su secretaria que asintió tranquilizadoramente, y haciendo uso de un vocabulario de extraodinaria fineza, se dirigió al japonés mirándole a los ojos, y dijo- Si es tan amable formalizaremos el contrato por aquí y después podremos irnos a comer.
Insomnio


La lluvia golpeaba con fuerza en el cristal de su apartamento. Nueva York, nunca descansaba, y las luces de los edificios seguían dibujando sus siluetas en la inmensidad de la noche. Como tantas otras veces había tenido que abrir la ventana por el calor agobiante que le asediaba por las noches pero le gustaba espiar a la ciudad dormida por las rendijas de su torcida persiana. Como si se tratara de un teatrillo de sombras chinescas, le excitaba pensar que nadie le veía mientras él se sentía el único observador y disfrutaba del espectáculo que todas las noches tenía lugar en las ventanas de sus vecinos. Era testigo de todas y cada una de las cosas que ellos hacían protegido tras la seguridad de sus persianas. Muy pocos habían sido lo suficientemente prudentes como para instalar dispositivos como tras el que él se encontraba. La verdad es que sus vidas resultaban tan transparentes como simples y de la misma manera era extremadamente simple acceder a ellas para todas aquellas personas que hubieran estado interesadas en ello. Parecía que a nadie le importase si su intimidad se podía ver violada, la gente ya no tenía pudor y la palabra discreción no se encontraba por la letra D de ninguno de sus diccionarios. Sólo otra cosa era capaz de perturbar el contraste entre luz y oscuridad y un reflejo iluminaba sus caras con tonalidades mortecinas y permanecía provocando el resplandor en las paredes de las habitaciones incluso cuando se hallaban vacias.
Nunca se fijaba en una sola ventana, porque el efecto hubiera sido el mismo en cualquiera de ellas, y su mirada se dirigía rápidamente hacia la más mínima muestra de movimiento. Se sentía cómplice de todas aquellas personas al conocer su interior cuando ellos se creían sólos. Nunca habría pensado en traicionarlas y a veces quería él también ser vigilado para estar seguro de que nunca lo haría. También le gustaba la idea de que alguien en la oscuridad de alguno de esos negros agujeros le estuviera observando y se sentía menos sólo ya por el mero hecho de pensarlo. Jugaba a descubrir y contar cigarrillos solitarios en la oscuridad de las ventanas, muchos acompañados por charlas en su mayoría telefónicas, aunque el ruido de la gran ciudad no le permitiera escucharlas. No hacía falta porque podía imaginárselas como si fuera él mismo quien las mantuviera y las preocupaciones que aquellas conversaciones transmitían resultaban en ocasiones más difíciles de extinguir que las propias colillas.
A veces, miraba con nostalgia escenas familiares o lo que intuía que podían ser niños en pijamas de ositos corriendo por los pasillos intentando retrasar lo más posible la hora de acostarse mientras sus padres no veían el momento de meterlos en la cama para dedicarse a ‘’cosas de mayores’’.
Permanecía allí frente a su ventana, como único testigo de la evolución de la noche y de las pasiones humanas, siendo juez de sus emociones y crítico de sus acciones. Su posición privilegiada, atrincherado detrás de la protección de su persiana, le convertía en un narrador omnisciente de una historia qué sólo en su cabeza cobraba sentido.
Poco a poco su curiosidad se solidarizaba con la del resto y se dejaba llevar hacia donde Morfeo disponía. Entonces la verdadera historia tenía lugar, y soñaba hasta que el alba atravesaba los ojos de la persiana y le sacaba de su efímero estado para devolverle a la realidad.
En su cabeza ponía banda sonora a las actuaciones de aquellas marionetas sin hilos y no había noche que no se representaran pasiones como la del ‘’Titanic’’ o que algunas notas de ‘’La vida es bella’’ no resonaran en sus adentros o no fueran verbalizados los diálogos más calurosos de American Beauty, mientras el rayo de luna se reflejaba en sus pupilas atentas. Pero conocía el precio a pagar por su vicio y por ser el guardián silencioso de todos aquellos secretos, los más profundos de las personas, y por eso no se sorprendió cuando, desde el otro lado del patio de vecinos, alguien estaba dirigiendo el afilado cañón de una pistola directamente hacia él.

miércoles, 14 de abril de 2010

Haikus para no dormir

Por la mañana
cuando bajo a la ciudad
veo amaneceres

***

Vibrantes junglas
cielos desconocidos
he vuelto a casa

selvas ignotas
extraños firmamentos
siempre estuve aquí

***

Luces de ciudad
de noche en la montaña
duermo sin soñar.

martes, 13 de abril de 2010

La solución

Gritos desgarradores de dolor y miedo retumbaban por todo el recinto
- ¿Por qué no le pega un tiro y acaba de una vez?
- Es un animal. No se puden desperdiciar las balas en la comida.
- Me está volviendo loco.
- Ya te acostumbrarás.
- ¡Cerrad la maldita puerta! Los huevos no se incubarán bien con...¡cierra la boca, zorra!...estos gritos.

. . . . . . .


Las calles estaban desiertas. Los coches chocados, estacionados o sencillamente abandonados dominaban la escena. Hacía ya mucho tiempo que había desaparecido el hedor de los cadáveres, cuyos restos resecos y polvorientos decoraban el lugar como macabras marionetas.
El silencio era ensordecedor. En la era tecnológica de las ciudades insomnes. . . ¿quién habría pensado que una ciudad pudiese acabar así?

En el antiguo casino, que ya era viejo antes de la era de las marionetas macabras, se oyó una voz grave y metálica, desacostumbrada a tratar con otras voces:

- Es lo mismo que dijiste con lo del camuflaje y ahora somos invisibles para el resto del mundo.
>Ya. . . ya sé que no podremos conseguirlo solos pero si terminamos el diseño...
>¡¡NO!! ¡déjalo ya! Estoy harto de ocuparme de ti y que tú solo digas gilipolleces
>Vale, lo siento. Siiii. . .entiendo lo que dices pero es que. . .pff. . .nada. ¿Me pasas el lápiz azul, por favor?

. . . . . .


-Toca cacería, chicos. Preparaos.
-La primera cacería siempre es la peor, pero ya verás como después de matar a tu primera presa el resto es más fácil.
Los ojos del joven estaban muy abiertos y casi no podía articular palabra, agradeció los intentos de . . .ánimo de su compañero con una sonrisa forzada e hizo lo que pudo por seguir escuchando a El Carnicero.
. . . que vamos a pie, así que sólo podemos llevar lo necesario y hay que deshacerse del resto. . .
Estaba muy asustado y no quería hacer. . . lo que tenía que hacer. Le daba miedo incluso El Carnicero y su voz para multitudes,
. . . sirven para nada
y su barba hirsuta,
. . .usad el hacha para las cabezas pero no los cuchillos. . .
y sus ojos verdes brillantes de inteligencia y locura;
. . . el tejido nervioso es peligroso.
y, sobre todo, su gigantesco cuchillo tan afilado como su lengua.

. . . . . . .


-¡¡Por fin!! y tú que pensabas que no sería capaz. . .
>El diseño está terminado y cada parte pintada de un color diferente, así lo entenderán mejor los que nos ayuden.
>¡Claro que los convenceré! A ti, a pesar de que no confíes mucho en mi, te convencí, ¿no?

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Hasta aquí la historia. Según muchos de vosotros a la historia no le hace falta un final, pero a mi si me parece que le hace falta así que los que opinéis como yo tenéis como deberes hacer un final.

lunes, 12 de abril de 2010

El tema semanal II

Intento que no haya faltas de ortografía eh, pero seguro que se me cuela más de una... :(


ESTRELLAS DEL ROCK

(A DAY IN LIFE)

Todos los días es la primera persona en levantarse, como el motor de la familia que es, se ducha, se viste y toma un pequeño desayuno. Después prepara los de sus hijos y antes de irse, les despierta, primero al mayor, que sale disparado a la cocina, y luego al pequeño, con el que hay que tener mas paciencia para que salga lentamente y cabizbajo a unirse a su hermano.

Aún son las siete de la mañana, y es la hora de salir y coger el Metro, no hay dinero para un coche. Es transportado como ganado junto con unas cien personas sudorosas en el vagón. Se entretiene mirando por encima del hombro de la gente, cuando puede, los diferentes periódicos y revistas, que si la fusión nuclear, las disputas de los países por el agua, las guerras por el maíz en Sudamérica, ataques suicidas de terroristas tibetanos en todo el mundo, los deportes, la Reina Leonor y su pareja-esa chica del nombre raro- inaugurando una cafetería...

Llega a la oficina con la ropa arrugada, se lo estira un poco siempre, antes de fichar. Le esperan ocho horas redactar informes, ir de un lado a otro repartiendo papeles y paquetes, todo ello con una forzada sonrisa, y también, por que no, aguantar alguna que otra bronca de algún jefecillo. En el descanso se toma el café él solo, y aprovecha sus últimos cinco minutos par imaginar el fin del día, con una sonrisa sincera.

Una vez salido del trabajo aún queda lo peor, con diferencia, pero en primer lugar hay que entrar en un bar y comprar lo que sea para comer, unos días bocadillo, otros plato del día. Y al acabar, al Metro otra vez, después de ir lejos, bien lejos, hay que ir al supermercado a hacer la compra, afortunadamente a esa hora no hay mucha gente. Cuando todas las cosas de la lista han sido tachadas, hay que coger un autobús, que le deja en la puerta de un edificio de viviendas.

Sube en el ascensor y entra, su madre empieza a gritar, ya no parará hasta que se marche, que si no le cuida, que si la compra del otro día trajo papel higiénico de tal marca y no de otra, que porqué sus demás hijos nunca van a verla. Mientras tanto comprueba que la casa está mas o menos bien, hace como que la escucha una hora más o menos y se marcha.

Otra vez el autobús y el Metro, esta vez de vuelta al barrio, a comprar otra vez, al menos en esta compra manda él y no necesita hacer lista, sube a casa, los chicos estudian, limpia la casa, hace la cena y les llama, luego a fregar los platos y, por fin, descanso.

Elige un disco, lo introduce en en reproductor, se pone los cascos, se sienta en el sofá y disfruta.

El tema semanal

Bueno primero me explico:
Hace unas semanas yo y dos colegas decidimos que nuestra vida era una mierda corrompida por la sociedad la vida y esas cosas, y que para darle un toque creativo escribiríamos cada semana sobre un tema o más bien inspirándonos en lo sugerido por uno de nosotros, así pues he decidido colgar algunos de los míos aquí.

Otra forma menos poética de explicarlo es que son las chorradas que se me ocurren los domingos por la noche.

EL GENERO NEUTRO


Yo estoy enfermo, lo asumo. ¿Cómo sino iba a abusar de toda esa gente?. No es normal, no puede serlo... Todas esas mujeres con su vida destrozada por mi culpa, por favor es horrible. Afín de cuentas mejor es estar enfermo que haber cometido esos crímenes por pura maldad...


Pensaba que no se iba a callar jamás, en ese momento cuatro armarios entraron es su celda, y con cierta violencia, la justa, le inyectaron los sedantes, por fin dormía apaciblemente. Juan Fernández Murillo, violador en serie, ojos castaños, pelirrojo y de voz estridente y aguda, bajito, gordo y coleccionista de mariposas, o eso dice él.


La primera semana que estubo aquí no abría la boca, todos nos cagamos la primera vez que estamos entre rejas, salvo esos tíos que son tan grandes y tan estúpidos que no se les ha ocurrido pensar que siempre hay alguien mas peligroso que tú, y que es probable que ese alguien este en la cárcel, pero esos aprenden rápido. El caso es que a partir de la segunda semana, mas o menos, empezó a gritar esas cosas y a hacerse el loco, pasaba todo el día gritando, no se que querrá, si los psicólogos dicen que está bien, no le van a hacer caso. Para los demás presos es una putada, bueno es verdaderamente pesado tener a un tío gritando todo el día.


Me dijo un guardia un día que lo que quería el palomo era que le aplicaran un nuevo tratamiento de esterilidad y que le soltaran, que no sabían porque se comportaba así desde que aceptaron castrarle, que debía ser una especie de burla hacia los demás presos, ya que ni estaba loco ni necesitaba aparentarlo, pero claro no iba a entrar en la cárcel y luego salir castrado al día siguiente, que lo hacía para pasar el rato vamos.


Bueno te estoy hablando de hace unos siete años, yo salí hace unos tres y Juan Fernández seguía allí, gritando todos los días, siendo sedado todos los días. Pues resulta que el otro día abro el periódico y adivina que me encuentro, una foto suya y de ese otro violador famoso, abrazados y acaramelados. ¿Pero no se suponía que les castraban químicamente?. Pues según el artículo no, resulta que es como si les hicieran de un tercer género, solo se sienten atraídos por los que han pasado por el mismo proceso que ellos. Algunos siguen violando gente, violan a antiguos violadores solamente claro, esos vuelven a estar en la cárcel. Pero los hay que se han enamorado, han encontrado la felicidad. Ya se que es una felicidad extraña pero... ¿porqué a esos cabrones se les ha dado la oportunidad de ser felices?. No lo puedo entender. Dime, ¿que piensas tu?.



domingo, 4 de abril de 2010

A Moon Poem by Edgar Allan Poe




I saw thee once- once only- years ago:
I must not say how many- but not many.
It was a July midnight; and from out
A full-orbed moon, that like thine own soul soaring,
Sought a precipitate pathway up through heaven,
There fell a silvery silken veil of light,
With quietude, and sultriness and slumber,
Upon the upturn'd faces of a thousand
Roses that grew in an enchanted garden,
Where no wind dared to stir, unless on tiptoe
Fell on the upturn'd faces of these roses
That gave out, in return for the lovelight,
Their odorous souls in an ecstatic death
Fell on the upturned faces of these roses
That smiled and died in this parterre, enchanted
by thee, and by the poetry of thy presence.
Clad all in white, upon a violet bank
I saw thee half-reclining; while the moon
Fell on the upturn'd faces of the roses,
And on thine own, upturn'd- alas, in sorrow!
Was it not Fate, that, on this July midnight
Was it not Fate (whose name is also Sorrow),
That bade me pause before that gardengate,
To breathe the incense of those slumbering roses?
No footstep stirred: the hated world all slept,
Save only thee and me. I paused I looked
And in an instant all things disappeared.
(Ah, bear in mind this garden was enchanted!)
The pearly lustre of the moon went out:
The mossy banks and the meandering paths,
The happy flowers and the repining trees,
Were seen no more: the very roses'odours
Died in the arms of the adoring airs.
All, all expired save thee- save less than thou:
Save only the devine light in thine eyes.
I saw but them- they were the world to me.
I saw but them- saw only them for hours
Saw only them till the moon went down.
What wild heart-histories seemed to lie enwritten
Upon those crystalline, celestial spheres!
How dark a woe! yet how sublime a hope!
How silently serene a sea of pride!
How adoring an ambition! yet how deep
How fathomless a capacity for love!
But now, at length, dear Dian sank from sight,
Into the western couch of a thunder-cloud;
And thou, a ghost, amid entombing trees
Didst glide away. only thine eyes Remained.
They would not go- they never yet have gone.
Lighting my lonely pathway home that night,
They have not left me (as my hopes have) since.
They follow me, they lead me through the years.
They are my ministers yet I their slave.
Their office is to illuminate and enkindle
My duty, to be saved by their bright light
And purified in their electric fire,
And sanctified in their elysian fire.
They fill my soul with Beauty (which is Hope.)
And are far up in Heaven, the stars I kneel to
In the sad, slient watches of my night;
While even in the meridian glare of day
I see them still- two sweetly scintillant
Venuses, unextinguished by the sun!

Yo no te pido


Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.

Yo no te pido que me firmes
diez papeles grises para amar
sólo te pido que tú quieras
las palomas que suelo mirar.

De lo pasado no lo voy a negar
el futuro algún día llegará
y del presente
qué le importa a la gente
si es que siempre van a hablar.

Sigue llenando este minuto
de razones para respirar
no me complazcas no te niegues
no hables por hablar.

Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.

Mario Benedetti

viernes, 2 de abril de 2010

Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe nacio el 19 de Enero de 1809 en Boston (Massachusset). Aunque paso temporadas fuera de los Estados Unidos, la mayor parte de su vida transcurrio entre Nueva York y Philadelphia, donde escribio gran parte de su obra. A pesar de que inicio una lucha critica contra Boston y sus escritores (llegando a calificarlos de ''frogpondians'' y diciendo cosas como esta "Their hotels are bad. Their pumpkin pies are delicious. Their poetry is not so good.") se ha descubierto hace poco que Edgar Allan Poe no odiaba a Boston (o eso quieren creer los Bostonianos) como todo el mundo creia.

Pero lo que me ha animado a escribir esta entrada es la carta que E.A. Poe le escribe a su amigo Abijah MetCalf, tambien poeta pero mucho mas inexperto que Poe, cuando este le pide consejo sobre como escribir y dice asi:



19th Oct 1843

Si alguien quiere saber mas sobre Poe aqui os dejo un enlace muy completo y el poema del Valle Intranquilo con su traduccion al español.

http://www.poestories.com

Poem lyrics of The Valley Of Unrest by Edgar Allan Poe.
Once it smiled a silent dell
Where the people did not dwell;
They had gone unto the wars,
Trusting to the mild-eyed stars,
Nightly, from their azure towers,
To keep watch above the flowers,
In the midst of which all day
The red sunlight lazily lay.
Now each visitor shall confess
The sad valley's restlessness.
Nothing there is motionless -
Nothing save the airs that brood
Over the magic solitude.
Ah, by no wind are stirred those trees
That palpitate like the chill seas
Around the misty Hebrides!
Ah, by no wind those clouds are driven
That rustle through the unquiet
Heaven Uneasily, from morn till even,
Over the violets there that lie
In myriad types of the human eye -
Over the lilies there that wave
And weep above a nameless grave!
They wave: - from out their fragrant tops
Eternal dews come down in drops.
They weep: - from off their delicate stems
Perennial tears descend in gems.

Poema El Valle Intranquilo de Edgar Allan Poe

Hubo un tiempo en que el valle sonreía,
silencioso, aunque nadie allí vivía;
su gente había marchado hacia la guerra
confiando el cuidado de esa sierra,
por la noche, a la mirada fiel
de las estrellas desde su azul cuartel
y de día, a los rojos resplandores
del sol que dormitaba entre las flores.
Mas ahora para todo visitante
el valle triste es inquieto e inquietante.
Nada allí se detiene un solo instante…
nada salvo el aire que se cierne
sobre la soledad mágica y perenne.
¡Ah, ningún viento agita los ramajes
que palpitan como el glacial oleaje
en torno a las Hébridas salvajes!
¡Ah, ningún viento empuja el furtivo
manto de nubes que, sin respiro,
surcan durante el día el cielo esquivo
sobre las violetas allí esparcidas
como ojos humanos de mil medidas…!
sobre las ondeantes azucenas
que lloran junto a las tumbas ajenas!
Ondean: y en sus pétalos más tiernos
se juntan gotas de rocío sempiterno.
Lloran: y por sus tallos claudicantes
bajan perennes lágrimas como diamantes.


Versión de Andrés Ehrenhaus