Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
  • "In the mood for love". Wong Kar Wai (pelicula)
  • "La espuma de los días." Boris Vian

Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



Para contactar manda un correo a carol_14__@hotmail.com , os contestará Carla, que es un poco arisca. No es por meterme con ella, simplemente es una palabra sonora, por tema de publicidad litetaria...


sábado, 31 de julio de 2010

Asnos estúpidos

Dejo aquí un pequeño relato de Asimov y aprovecho para decir que antes de leer Tokio Blues votamos TODOS, así que no os quejeís (cabrones! XP) y que me parece bien leer algo de Pratched (quería proponer tambien algo de ciencia ficción). Bueno, no me enrollo, disfrutad el relato:

Asnos estúpidos

Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.

En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.

-Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!
-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
-Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
-Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?

El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.

-Ah, sí -dijo Naron-, Lo conozco. -Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.

Escribió, pues: La Tierra.

-Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.
-De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
-Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-Bien, ése es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
-En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.

Naron se quedó atónito.

-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
-Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
-En su propio planeta, señor.

Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:

-¿En su propio planeta?
-Si, señor.

Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.

-¡Asnos estúpidos! -murmuró.

lunes, 26 de julio de 2010

Peña Oroel

Y aquí estoy yo. Pero, ¿realmente estaba? La luz de mi habitación entraba de forma azulada por los vidrios plomados pues se reflejaba en la pintura de la mesilla y de las contraventanas y estás eran del color del cielo. Desde lo alto de mi palacio se veía la Peña al fondo. Peña del Oro. La habían llamado así los que alguna vez conocieron sus minas de este metal repugnante. Ahora el único oro que bañaba sus colinas era el mullido espinal de brezos que se extendían por sus faldas tentando a monjas y a excursionistas a sentarse sobre sus flores amarillas intensas. Una cruz de acero de grandes dimensiones bendecía a todo el valle desde la escarpada cima que se recortaba en el horizonte recordando a la nariz de algún cantautor flamenco.
Cuando nosotros llegamos al parking del parador, un montón de coches se encontraban mal aparcados bajo las sombras de los pinos. Nos agarramos a nuestros bordones de pastor y mirando hacia arriba, hinchamos el pecho y soltamos palabras de ánimo destinadas a nosotros mismos y al resto del orgullo que nos quedaba. Comenzamos la marcha escoltados por nuestras más leales fieras que trotaban monte arriba, yendo y viniedo, desatando su instinto y recorriendo, en el mismo tiempo, cinco veces más distancia que nosotros. Al principio no notamos mucho que estábamos subiendo. Las piernas caminaban solas sabiendo exactamente que senderos seguir y cuáles resultaban demasiado peligrosas para miembros poco entrenados. Según progresaba nuestro ascenso la vegetación a ambos lados del camino iba cambiando y aunque al principio nos rodeara un bosque de pinos y escasa hierba a sus sombras pronto nos vimos rodeados por majestuosas hayas de cuento cuyas ramas no dejaban pasar la luz. Así, sumidos en la más inmensa de las oscuridades proseguimos nuestro ascenso a tientas. Seguíamos custodiados por nuestros dos canes y eso nos protegía de cualquier mala bestia que nos saliera al paso. Dicen que los más peligrosos son los muerdeavispas pero también cuentan que puedes captar su olor antes de que te aparezcan. Así que no dejé que el miedo me corrompiera esperando a que no fuera demasiado tarde y mi sudor no me hubiera delatado ya. Eché un vistazo a mis espaldas y no alcancé a vislumbrar más que las luces tenues del restaurante del parador. Habíamos subido bastante y el cansancio comenzaba a mendigar una parada para descansar.
Comí sin hambre y sin ver lo que estaba comiendo mientras reposábamos un poco bajo lo que ¿sería un haya? De pronto me di cuenta de que hacía tiempo que no oía a mi compañero. Imposible que se hubiera quedado atrás, es mucho más fuerte y ligero que yo. Probablemente estará esperándome arriba. Pero pese al intento de tranquilizarme, un cierto nerviosismo fue creciendo en mi interior. Intenté llamarlo a gritos pero las palabras no salían de mi garganta y pronto sentí una inconmensurable angustia. Mis manos buscaron desesperadamente el camino pero no encontraron más que rocas y raíces puntiagudas que me lastimaban la piel: me había salido de la senda y ahora podía escuchar el graznar de cientos de cuervos que me miraban y que se relamían sus picos con sus ásperas lenguas.
Aterrorizada eché a andar sin rumbo hacia lo que creía la cumbre. En mi desesperado ascenso me llevé enredadas en el pelo telarañas, nidos de guriones e insectos y rezaba porque lo que me acababa de quitar del hombro de aspecto gelatinoso y resbaladizo no fuera un aspid. Caminé corriendo hasta que necesité de mis manos para seguir escalando la montaña y saltando troncos caídos. Mi cara estaba a menos de 20 cm del suelo y sentía el polvo resecando mis labios. Los ruidos de los animales me perseguían y yo no pensaba más que en seguir corriendo y alejarme. Alrededor todo se volvió más oscuro si cabe y los perros ya no ladraban. Me puse de pie totalmente desorientada y pronto la oscuridad desapareció pero no noté ninguna diferencia a parte de que mi respiración se paró.


Cuando desperté ya era de día y mi compañero desayunaba una manzana con piel sentado en la vereda. Sin saber muy bien cómo, habíamos llegado a la cima y nos encontrábamos al pie de la inmensa cruz que ahora era mucho más grande de lo que parecía desde abajo. Otros domingueros madrugadores ya volvían de su excursión e iniciaban el descenso. Me asomé al barranco. Estaba en la punta de aquella nariz de conglomerado y a mis pies todo el Alto Valle se extendía y se perdía a lo lejos donde todo lo que conocíamos perdía su nombre empezando por la niebla. Brouillard.

Pensé en lo mucho que me gustaba aquello: Jaca no tiene mar, pero tiene cumbres que coronar.

domingo, 18 de julio de 2010

Futuro, parte I

Me dijeron que resistirían, que serían los últimos en caer, y tenían razón. Ignorando las órdenes del gobierno fui a parar a los núcleos industriales y no a los búnker, donde se hacinó el resto de la civilización del planeta.

Me senté en el suelo y apoyé la espalda en una columna. Dominaba el paisaje un ciclópeo puente inconcluso con enormes pilares grises de hormigón armado, la ciudad parecía a lo lejos el esqueleto de un abominable vertebrado, con los rascacielos hendidos a modo de costillas apuntando al cielo, unas fuertes corrientes de aire iban a parar a unos profundísimos pozos que se abrían hacia las tripas de la tierra, en los que no se intuía un final... mirase por donde mirase no se veía ningún ser vivo en las yermas llanuras y las tierras baldías.
Hacía meses que no veía a ningún ser humano, el último huyó en cuanto me localizó a lo lejos en una quejumbrosa y escacharrada bicicleta. Miré hacia arriba constatando como se estaba arracimando un enjambre de nubes de color gris oscuro con matices malvas y corrí a esconderme debajo del comienzo del puente, que en su punto más alto debía llegar a los cuatrocientos metros.
La lluvia caía formando pequeñas volutas de humo en el suelo y en los edificios, la lluvia...mataba todo lo que encontraba en su camino, si la dabas tiempo claro. Las gotas iban perforándolo todo a su paso y si te disolvía el cráneo estabas perdido, bueno, muerto. La primera vez fue toda una sorpresa para mí, después de años de sequía en los que nos acostumbramos a beber el agua putrefacta de charcas infectas y a depurar nuestros orines con rudimentarios sistemas de filtros de arena y grava una mañana vislumbré unas ominosas nubes en el horizonte, de color gris con tonos malva, tardaron días en llegar hasta donde estaba y todas las mañanas me levantaba con una sonrisa en la cara, hasta que empezó a llover, con los ojos cerrados abrí la boca para besar la vida y mis labios sangraron, se abrieron llagas y mi cara se llenó de un sarpullido violáceo muy virulento, tardé unos segundos en reaccionar y huí como pude a refugiarme bajo una estructura semiderruida, la lluvia duró varias horas en las que gasté el poco agua “limpia” que me quedaba intentando mitigar la quemazón que me recorría el rostro, tuve miedo de que los párpados no me aguantaran, supe al instante que si hubiera tenido abiertos los ojos éstos se hubieran licuado y mi muerte habría sido segura. Por supuesto, nadie se tomó la molestia de avisarnos, te vas dando cuenta de que ya no hay nadie detrás del telón, nadie que se preocupe, aunque sólo sea ficticiamente, por tu seguridad, ni por nada de lo que pase por tu mente. La soledad....
Plantéatelo de esta manera, puedes ir a donde quieras, coger lo que te de la gana, y nadie estará mirando para reprobarte, no sigues ninguna ley ni a ningún hombre, ¿eso es ser libre?, porque también estás liberado de cualquier responsabilidad, no puedes amar ni odiar, vencer o perder, porque estás solo; te vences a ti mismo, o te amas a ti mismo, pero no es igual, así que al final todo se reduce a ti mismo, el único rastro de conciencia humana son los libros, así que empecé a leer, cuando no tenía que usarlos a modo de combustible. No había muchos libros, pues los chips los habían ido sustituyendo con el tiempo, leer requiere tiempo y trabajo, el trabajo de imaginarte algo grandioso, un sistema complejo y coherente partiendo de una mera descripción sesgada, y los libros que se leían se leían por gusto, un reducido grupo de bibliófilos que añoraban los viejos tiempos, y que me proporcionaron material necesario para mi mente y para mis fogatas, según los iba leyendo los iba quemando, como no voy a ninguna parte ni tengo meta alguna me puedo molestar en tener tiempo libre, dicen que un hombre sin metas es un hombre muerto, quizás lo estoy, no se, no tengo a nadie para negarlo, lo cual te hace pensar, ¿porqué demonios nos obstinamos en seguir respirando?
Cuando miro al cielo, por la noche, se ve más brillante de lo que yo recordaba, al no haber competidores directos de las estrellas estas titilan con todo su orgullo, antiguamente los marinos las usaban para orientarse, y los sabios para predecir acontecimientos futuros y trazar tu destino en sus tablas, o bien para conmemorar algún hecho heroico o legendario, eso era lo que yo había oído, en las macrociudades de los últimos tiempos casi no se veía ni el sol, y el verlas ahora, a millones de años luz refulgiendo en la oscuridad me pregunto ¿cuándo nos olvidamos de las estrellas?, ¿cuando todo el mundo se olvida de algo y ese algo queda relegado al olvido, desaparece? ¿habrá alguien que se acuerde de mí?...