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Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



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miércoles, 24 de marzo de 2010

Dundo

-¡¡ Oye, que moja!!

Salomé estaba más bella que nunca cuando hacía como que se enfadaba. Las gotitas de agua salpicaban el moreno de sus piernas y reflejaban los rayos de sol de aquella mañana. Salió disparada detrás del Chucho con la clara intención de matarle mientras yo observaba de lejos la escena y me deleitaba con su pelo ondulado y moreno que acababa de salpicarnos a todos. Hacía dos meses que nos habían dado las vacaciones de verano y como es natural, nuestro estado asilvestrado era tal, que ya no nos acordábamos de lo que era una suma.

-¡¡Eres un palíndromo!! ¡Cómo te coja!

Sonrío al recordar nuestra despreocupación en el pueblo. Raro era el día que no acabáramos en la presa bañándonos, haciendo bombas y molestando a las chicas. Por aquella época, la intensidad de tu amor por alguna chica se medía en función de cuántas veces la tiraras al agua y al final del verano, cuando ya todo se acababa y cada uno volvía a Madrid, se resolvía el dilema con un inteso e inocente beso de despedida, acompañado de alguna que otra lágrima. Era ahí cuando a los chicos nos tocaba demostrar nuestra hombría rodeando con nuestros brazos a la desconsolada niña a la que tardaríamos en olvidar todo el curso.

Dos gotitas de agua competían en la brillante tez de Salomé y resbalan sinuosamente perdiéndose en el escote de su bañador rojo, dejándome a mí con las ganas de ver cómo acababa la carrera. El Chucho, le tiraba los tejos a mis espaldas y yo hacía como que no me enteraba porque en el fondo de mi corazón no tenía ninguna duda de que Salomé, a quién correspondía, era a mí. Sólo ahora me doy cuenta de que todos creíamos lo mismo. Y es que Salomé tenía algo que las demás no tenían: dos incipientes pechos. Cierto es que no eran demasiado grandes pero a esa edad cualquier cosa resulta más que suficiente, sobretodo cuando indirectamente tú eres el propietario de esos pechos. Pero no era el tamaño de los pechos lo que hacía a Salomé irresistible para la panda de inocentones que éramos, sino cómo los llevaba. No trataba de esconderlos, echando los hombros para delante, o encorvándose y con su natural actitud parecía no dar importancia a la causa de que yo no pegara ojo por las noches. Y es que digo yo que llevar unos pechos no debe de ser fácil. Sólo había otra chica, la Mariela, que también tenía tetas pero las lucía tan poco y le daba tanta vergÜenza que pese a ser mil veces más grandes, no eran ni la mitad de graciosas que las de Salomé, que bailaban puntiagudas dentro de su bañador rojo.

Pensaba yo en todo esto, cuando llegó Mariano con su toalla. La extendió malamente y se empezó a desvestir sin desabrocharse los zapatos mientras miraba con ojitos alegres el numerito de la fatal persecución del Chucho.

- ¿Y estos?- dijo con sorna mientras se tiraba al sol- ¿Pero no habíamos quedado que la Salomé para ti? El Chucho se está saltando las normas…
- Déjale. No tiene nada que hacer- dije convencido del todo- El otro día con las bicicletas me guiñó un ojo. Creo que soy el amor de su vida.

Mariano, se sonrió para adentro y entonces yo me acordé:

- Pero, ¿no venías con Paco?
- ¡Uy, ese¡ Es un alefato, viene con su nueva novia dándose besos todo el camino. Les he dejado por ahí a los dos solitos para que pudieran hacer manitas a su gusto.

Paco era el otro amigo del pueblo. Era el más mayor de la pandilla, el que tenía moto y el único que realmente nos constara que se besaba con chicas. No era especialmente guapo para mi gusto pero las mujeres se lo rifaban: ¡hasta mi abuela se había dado el gustazo el otro día de soltar una barbaridad sobre las posaderas de Paco! Yo cuando lo dijo, no sabía meterme pero lo peor vino cuando me dijo que no la mirara así y que una, aunque vieja, también le gustaba tener algo a lo que poder agarrarse. Desde ese momento, creo que me voy mirando cómo me quedan los pantalones por detrás. Nos quedamos hablando de cómo debía de besar la nueva de novia de Paco, mientras que Chucho braceaba y salpicaba para poder zafarse del terremoto Salomé que ahora estaba encaramada sobre sus hombros intentando hacerle una ahogadilla. Ni subida de pie con todo su peso sobre sus espaldas, la pluma de ella hubiera logrado zambullirle, pero él se hacía el inofensivo y la dejaba ganar.

El día transcurrió sin más contratiempos hasta que se hizo la hora de comer y recogimos para marcharnos. Aquella tarde, era la procesión de la santa Niña y las muchachas repartirían laurel a todo el que pasara. Salomé y las otras chicas se habían traído el dundo para recoger laurel de camino a la presa pero ahora estaba tan lleno que ninguna de ellas podría levantarlo así que los chicos nos turnaríamos en llevarlo. Todos bromeabamos y reíamos, de nuevo a propósito del Chucho que ahora se había caído al agua pero vestido del todo y Salomé la bella veía cumplida su venganza mientras se secaba el pelo con una toalla muy cerca de mí. En eso, una de las ramas que sobresalían de la cesta se enganchó al levantarla y Salomé y yo nos agachamos a la vez para recogerla y fue ahí cuando sin quererlo, o siguiendo su propia iniciativa, mi mano rozó levemente el pecho izquierdo de Salomé. Supe que lo toqué porque noté cómo se retraía tímidamente y no por la escasa importancia con la que Salomé cogió la rama de laurel suicida y la lanzó contra las paredes del dundo, rompiendo toda la magia que aquel momento había significado para mí, y que fue el responsable de que mi madre granallara cuando aquella misma tarde rompiera sin querer dos copas durante la comida.

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