Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
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Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



Para contactar manda un correo a carol_14__@hotmail.com , os contestará Carla, que es un poco arisca. No es por meterme con ella, simplemente es una palabra sonora, por tema de publicidad litetaria...


domingo, 21 de marzo de 2010

Historia de un invisible y un sabelotodo

Sonaban las luces y en su mente solo veía un torbellino de sonidos iguales y, a cada cual más dulce, su cadencia era tal que sólo el frío sonido del metal al golpear contra la bandeja, también metálica, le hacía suspirar… era todo tan hermoso…


Sus ojos pasaban de una máquina a otra y a las guapas camareras que se acercaban hacia él para ofrecer todas las bebidas y entremeses variados… - Bueno está bien, a él precisamente no, al señor de su costado- Bueno ahí había otra chica y esa sí que venía hacia él, pero tampoco pudo ser, pero pensó que era porque el chico joven de tres pasillos más a la derecha se le había adelantado al llamarla.


Así pasaron no dos, sino todas las camareras de aquel lugar… y comenzó a darse cuenta que, o estaba muy borracho o es que pareciera que la gente ni le miraba, ni siquiera, pensó, me miran por ir mal vestido, comenzaba a hechar de menos el que la gente se apartara de él por quizás, oler mal, como solía suceder, lo de ser pescadero era un buen negocio, sobre todo en Navidades, pero para el día a día, como suelen decir, te llevas el trabajo a casa…


No, en éste caso, la gente simplemente pasaba de él, ni se inmutaban que el estuviera cerca.


En otro lugar se escuchaba una conversación:


“No, te digo que no, ya son dos los que perdemos en éste mes y no puede volver a ocurrir, mi trabajo pende de ello... ¿sabes cuánta gente ha habido antes de mi en éste lugar?


Por Dios, eres un agonías, por dos huevos, ¿que te puede pasar? Hazme caso, con un par de grados más en la incubadora, los pollos saldrán más grandes y fuertes, te lo digo por experiencia.


¿De que experiencia hablas? Que yo sepa sólo has tenido granjas y… ahí los huevos los cuida la gallina…


Si, por eso, que mejor que una madre gallina para cuidar a sus huevos y yo creo recordar, cuando meti mi mano, una vez bajo sus enaguas que allí hacía más calor que en la incubadora… se te mueren, no por mi calor, sino por tu frío, ¡los pobres pollos deben de coger un resfriado ahí dentro!


Mira, mejor calla, no eres más que mi padre, el carnicero, yo tengo una carrera, soy biólogo y, además, zoólogo, sé mejor que tú lo que les conviene, si al menos fueras pollero…


Está bien hijito, sigue con tu trabajo… ya no necesitas a tu viejo padre para freír a tus pollos…


Sin más, el padre se dio la vuelta y marchó del lugar, el hijo intentó rectificar, pero ya era tarde, herir el orgullo de un padre es peor a que te caiga una losa en la cabeza, al menos, con la losa te acabas desmayando y, por ende, no te enteras de lo que sucede, pero con esto…


El pobre carnicero se miró la solapa de la camisa a cuadros, de la cual colgaba una etiqueta que dictaba: “Visitante” y pensó en que su hijo ahora estaría lamentándose por lo que le habra hecho y aunque por una parte se lamentó, otra de él se sonrió pensando que si eso era así es porque su hijo aún lo consideraba alguien para que le aconsejara, y eso, en su fuero interno, lo lleno de satisfacción.


Pensando en su chapita de “Visitante” y en que no había tenido que pagar nada por entrar decidió dar una vuelta entre todos aquellos animales, era su día libre y así, esperaría que su hijo saliera de trabajar.


La alfombra era roja… invitando a pasear por ella y aquellas luces de las tragaperras le daban la sensación de estar en Hollywood, se sentía importante.


Una ficha se cayó frente a él y se agachó para recogerla y entregarla al jugador de turno, que según sus cálculos llevaba más de 5 horas frente al mismo cacharro. Recogió la moneda y se la ofreció a su dueño, pero por alguna razón, el también se agachó y se levantó con ella en la mano, pero… ¿Cómo podía ser? Sólo se había caído una moneda y los dos tenían una.


Pensó que había visto mal y punto… no quiso pensar más. Cansado de esperar que las camareras lo fueran a atender se paró en el camino de una de ellas, la cual se tropezó y en su intento por no dejar caer la bandeja que sotenía acabó esquivando al desgraciado pescadero…


Aburrido y apesadumbrado miró dentro de sus bolsillos y no tenía nada de dinero para, al menos el poder jugar, lo único que tenía era una serie de rotuladores de colores, pero… ¿Qué hacían allí? No recordaba haber estado coloreando algo y entonces… ¡le vino la inspiración! Comenzó por el brazo derecho y cuando acabó parecía pintado por un niño de 5 años, tenía garabatos por todo su brazo, cuando se vio, sonrió, había vuelto a su infancia. Sin importar la demás gente, siguió por su cara y recordó cuando su madre lo vestía de Carnaval, era feliz aunque nadie más lo viera, era invisible para el resto del mundo pero, el se veía a todo color.


Los monos eran más divertidos de lo que parecían y los hipopótamos pensó “¿como pueden nadar siendo tan gordos? Acaso tener grasa te salva de morir ahogado?” mientras divagaba y su mente volaba a veces lejos, a veces cerca del Zoo, se sentó en un banco a la luz del mediodía y una niña pasó cogida de la mano de su madre, cantaba (o eso balbuceaba) y se reía de todo, pintada su cara de tigre y unas ceras en la mano. El viejo carnicero no pudo más que sonreír pues hacía ya unos años, un niño de la misma edad aproximadamente que la tigresita que pasó delante de él entró de la mano de su madre al mercado mientras ella compraba en el puesto de en frente, su eterno competidor, un pescadero, jugador empedernido que le quitaba la mayor parte de la clientela por saber venderse mejor que él… Esa mañana el niño se aburría tanto en la cola que gritaba y gritaba, pataleaba y el señor vendedor cogió unas pinturas que tenía en su trastienda, un cuaderno ajado por el tiempo se lo dio para que pintara, y lo calmó, milagrosamente lo calmó.


El niño le entrego las pinturas al acabar, él las guardó en su camisa y se dio cuenta del tiempo que hacía que no pintaba ni coloreaba algo, eran cosas de niños supuso.


Al paso del tiempo la pescadería cerró y a través de rumores se enteró que el pobre señor había enloquecido por todos los problemas que había en su casa, ahora estaba en una residencia y cuéntan que se pasaba el día agachandose, como queriendo recoger algo, caminaba mirando al suelo y entorpeciendo el paso de las enfermeras por su lado. Sólo le veían sonreir cuando conseguía sus ceras de colores y, si se le acababa el papel, se pintaba entero. A las enfermeras no las hacía ninguna gracia, pero el parecía divertirse. Nadie lo sabe pues, según los familiares, nunca más volvió a decir palabra.



¡Cuán afortunado soy! Y me quejaba que me quitara la clientela… pensándolo bien, voy a decir a mi hijo sino se quiere ir a tomar un helado como descanso… al fin y al cabo, todos llevamos un niño dentro… por muy biólogo que sea.

1 comentario:

  1. !!Enhorabuena LAura!! Sigue así y gracias por el chute de optimismo de esta mañana. Me ha encantado hablar con mi cabeza. Por un momento imaginé a mi cerebro con tacones y lápiz de labios. Por un momento...;D

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