Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
  • "In the mood for love". Wong Kar Wai (pelicula)
  • "La espuma de los días." Boris Vian

Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



Para contactar manda un correo a carol_14__@hotmail.com , os contestará Carla, que es un poco arisca. No es por meterme con ella, simplemente es una palabra sonora, por tema de publicidad litetaria...


miércoles, 28 de abril de 2010

Tick Tack

Se revolvió un tanto en el banco, luego se levantó, giró sobre si mismo y comenzó a deambular de un lado a otro en línea recta, cada vez más rápido, con zancadas cada vez más largas. Miró dos o tres veces el reloj y en tal tarea estaba cuando, de repente, volteó la cabeza de un golpe hacia el altavoz que mascullaba al final del andén: Próximo tren no admite viajeros. Dejo caer la cabeza y resopló, volvió a mirar el reloj. Cinco minutos de retraso. Se sentó nuevamente y sacó un periódico de la cartera, lo ojeó sin detenerse en ninguna página, mirando hacia la muñeca con cada titular.

Apartó el periódico a un lado con brusquedad. Se mantuvo muy quieto, sacó el pañuelo y se secó el sudor de la frente con gesto cuidado. Apoyó las manos sobre las rodillas. Siete minutos de retraso. Silbó una canción desenfadada y tamborileó con los dedos durante un rato. Miró el reloj. Diez minutos de retraso. Volvió a secarse con manos temblorosas el sudor de la cara y el del cuello y el de los brazos. Repitió la limpieza unas cuantas veces. Entonces se levantó de un golpe. “Chamartín, via 2, Chamartín vía 2” .Se acomodó las mangas de la camisa y la alisó concienzudamente. Cerró los ojos, relajó los hombros, ladeó el cuello y se lo masajeó con suavidad, inspiró y espiró un par de veces. Sonrió. Las puertas del tren se abrieron. Un torrente de cuerpos, bolsos, carteras, bastones y otros manchones indistinguibles inundó el andén. Se apartó con dificultad de las puertas del tren y esquivó refunfuñando a los implacables invasores, mientras volvía compulsivamente la cabeza de un lado a otro.

Pronto la estación quedó desierta, observó un rato más, girando la cabeza más despacio y al fin chasqueó la lengua y torció la boca. Volvió cabizbajo al banco arrastrando los pies y se dejó caer.

Entonces sucedió: tras tornar los ojos hacia la derecha, aferró fuertemente las barras metálicas del banco con las manos y se inclinó hacia delante. Sus ojos brillaban y sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Había llegado.

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