Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
  • "In the mood for love". Wong Kar Wai (pelicula)
  • "La espuma de los días." Boris Vian

Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



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lunes, 10 de mayo de 2010

En la ciudad...(Julio MEdem

El temblor de su piernas no era nada comparable con el temblor del suelo. Un movimiento continúo de pies lo apabullaban con sus idas y venidas, sus estoques afilados, sus contundentes suelas, sus ruidos y sobretodo su asombrosa imprevisibilidad. Ninguno parecía seguir una trayectoria definida aparente. Algunos se paraban en seco, otros andaban zigzagueando, otros lo hacían ayudándose de una tercera pata e incluso cuatro. De repente se daban la vuelta y volvían sobre sus pasos o giraban bruscamente chocándose entre ellos. Todo ello acompañado de verbalizaciones y ruidos que salían de sus bocas y que se perdían en la infinidad del cielo, así como del rastro inconfundible que iban dejando a su paso. Tan pronto caían meteoritos de comida, como salpicaban lagunas pegajosas, como descendían grandes troncos en llamas ingrávidos desde arriba. Estos, si no se apagaban al chocar contra el suelo debido al golpe, eran pisoteados a conciencia hasta que las cenizas tiznaban el asfalto y yacían moribundas y evisceradas sobre él . Parecían un hormiguero después del abandono de la reina: caos autómata sin rumbo. A su alrededor los ferrocarriles chirriaban sobre sus vías y los perros ladraban a otros perros mientras olfateaban sus orines. Enfrente un flujo intermitente de máquinas rodantes, unas más largas que otras, se cruzaban milagrosamente entre sí sin chocarse. De los más largos descendían cientos de pies intercambiando más variedades de sonidos, todos igual de estridentes y absurdos, para volver a subirse de nuevo rumbo hacia la perdición.
De pronto, como si alguien colocara un tapón en una botella de vino, la afluencia de máquinas rodantes paraba para dar paso a cientos de pies que hacían temblar sudorosamente el suelo. Al rato, las máquinas se ponían en marcha a la vez y continuaban en su ardiente empeño de mantener alejados a los pies, que ahora se amontonaban a ambos lados de la calzada inquietos esperando a poder cruzarla.
Sólo una sombra permanecía sobre todas las demás en medio de la multitud. Alzada en su peana, la figura interfería entre las máquinas y los pies, sin poder separar los suyos propios de la base, ajeno por años al paso del tiempo y testigo silencioso de la locura que le rodeaba.

Miró hacia el cielo donde se recortaba magnánime y serena la divina figura. Deseó con todas sus fuerzas estar cerca de ella y saberse a su amparo, arrullarse bajo su valentía y abrazar su protección. Tan pronto sintió como las lágrimas de la impotencia ablandaban sus alas, se acordó de que las tenía e inició el vuelo agradecido hacia su salvador.

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