jueves, 6 de mayo de 2010
Sublimas
Mar asimétrico y erizado, espumado de incertidumbres oscuras. El horizonte es el borde de una gran pecera, del continente perdido entre los pasados.
Del turbulento respirar del agua sale deslizándose una pasarela amarilla, con suelo de madera, sus asideros de juguete, que se engarzan en el fin a la superficie lunar, al valle de un cráter verde, con irisaciones, un cráter de neón, una O que forma la sexta letra.
Mi cuerpo empieza a sumergirse hasta las caderas en el agua, y los seres que burbujean se reflejan en el fondo, como un cuadro sin título.
Subiendo a la pasarela, veo que en el extremo de la infinita piscina el agua se desboca por los rebordes del camino, cayendo en círculos, en espirales bidimensionales.
Acelero el paso hacia la luna como un deseo de años, mis pulmones parecen hacerse más pequeños. Me rodean sonidos y movimientos geométricos, y una profunda pena.
Tropezándome y agarrando las barandillas me intento hacer paso a través de este camino sin oxígeno, sin fuerzas, mis ojos brillan con la soledad de los listones de madera, huérfanos de huellas. ¿Dónde voy?
Las uñas acompasan el crecimiento acelerado del pelo, haciendo compañía a las arrugas de mis pómulos, de mis labios y mi frente, surcos de otra tierra, valles sombríos, sin atmósfera.
Al fallar mi última coordinación caigo en el filo de la pasarela, y en mi caída el sol se está poniendo y ocultando cientos de veces. Sin respiración, sin pulso, pero agarrado a la sexta letra.
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