Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
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Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



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domingo, 18 de julio de 2010

Futuro, parte I

Me dijeron que resistirían, que serían los últimos en caer, y tenían razón. Ignorando las órdenes del gobierno fui a parar a los núcleos industriales y no a los búnker, donde se hacinó el resto de la civilización del planeta.

Me senté en el suelo y apoyé la espalda en una columna. Dominaba el paisaje un ciclópeo puente inconcluso con enormes pilares grises de hormigón armado, la ciudad parecía a lo lejos el esqueleto de un abominable vertebrado, con los rascacielos hendidos a modo de costillas apuntando al cielo, unas fuertes corrientes de aire iban a parar a unos profundísimos pozos que se abrían hacia las tripas de la tierra, en los que no se intuía un final... mirase por donde mirase no se veía ningún ser vivo en las yermas llanuras y las tierras baldías.
Hacía meses que no veía a ningún ser humano, el último huyó en cuanto me localizó a lo lejos en una quejumbrosa y escacharrada bicicleta. Miré hacia arriba constatando como se estaba arracimando un enjambre de nubes de color gris oscuro con matices malvas y corrí a esconderme debajo del comienzo del puente, que en su punto más alto debía llegar a los cuatrocientos metros.
La lluvia caía formando pequeñas volutas de humo en el suelo y en los edificios, la lluvia...mataba todo lo que encontraba en su camino, si la dabas tiempo claro. Las gotas iban perforándolo todo a su paso y si te disolvía el cráneo estabas perdido, bueno, muerto. La primera vez fue toda una sorpresa para mí, después de años de sequía en los que nos acostumbramos a beber el agua putrefacta de charcas infectas y a depurar nuestros orines con rudimentarios sistemas de filtros de arena y grava una mañana vislumbré unas ominosas nubes en el horizonte, de color gris con tonos malva, tardaron días en llegar hasta donde estaba y todas las mañanas me levantaba con una sonrisa en la cara, hasta que empezó a llover, con los ojos cerrados abrí la boca para besar la vida y mis labios sangraron, se abrieron llagas y mi cara se llenó de un sarpullido violáceo muy virulento, tardé unos segundos en reaccionar y huí como pude a refugiarme bajo una estructura semiderruida, la lluvia duró varias horas en las que gasté el poco agua “limpia” que me quedaba intentando mitigar la quemazón que me recorría el rostro, tuve miedo de que los párpados no me aguantaran, supe al instante que si hubiera tenido abiertos los ojos éstos se hubieran licuado y mi muerte habría sido segura. Por supuesto, nadie se tomó la molestia de avisarnos, te vas dando cuenta de que ya no hay nadie detrás del telón, nadie que se preocupe, aunque sólo sea ficticiamente, por tu seguridad, ni por nada de lo que pase por tu mente. La soledad....
Plantéatelo de esta manera, puedes ir a donde quieras, coger lo que te de la gana, y nadie estará mirando para reprobarte, no sigues ninguna ley ni a ningún hombre, ¿eso es ser libre?, porque también estás liberado de cualquier responsabilidad, no puedes amar ni odiar, vencer o perder, porque estás solo; te vences a ti mismo, o te amas a ti mismo, pero no es igual, así que al final todo se reduce a ti mismo, el único rastro de conciencia humana son los libros, así que empecé a leer, cuando no tenía que usarlos a modo de combustible. No había muchos libros, pues los chips los habían ido sustituyendo con el tiempo, leer requiere tiempo y trabajo, el trabajo de imaginarte algo grandioso, un sistema complejo y coherente partiendo de una mera descripción sesgada, y los libros que se leían se leían por gusto, un reducido grupo de bibliófilos que añoraban los viejos tiempos, y que me proporcionaron material necesario para mi mente y para mis fogatas, según los iba leyendo los iba quemando, como no voy a ninguna parte ni tengo meta alguna me puedo molestar en tener tiempo libre, dicen que un hombre sin metas es un hombre muerto, quizás lo estoy, no se, no tengo a nadie para negarlo, lo cual te hace pensar, ¿porqué demonios nos obstinamos en seguir respirando?
Cuando miro al cielo, por la noche, se ve más brillante de lo que yo recordaba, al no haber competidores directos de las estrellas estas titilan con todo su orgullo, antiguamente los marinos las usaban para orientarse, y los sabios para predecir acontecimientos futuros y trazar tu destino en sus tablas, o bien para conmemorar algún hecho heroico o legendario, eso era lo que yo había oído, en las macrociudades de los últimos tiempos casi no se veía ni el sol, y el verlas ahora, a millones de años luz refulgiendo en la oscuridad me pregunto ¿cuándo nos olvidamos de las estrellas?, ¿cuando todo el mundo se olvida de algo y ese algo queda relegado al olvido, desaparece? ¿habrá alguien que se acuerde de mí?...

3 comentarios:

  1. Estos son relatos antiguos, que seguiré publicando de vez en cuando para que parezca que hay actividad o algo : ), nos vemos!

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  2. toma jaaaa, me ire leyendo los demás poco a poco tambien, jajaja.

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