Para gustos...

  • "Si me necesitas, llamame". Raymond Carver
  • "El ojo". Vladimir Nabokov
  • "Tokio blues". Haruki Murakami
  • "La conjura de los necios". John Kennedy Toole
  • "In the mood for love". Wong Kar Wai (pelicula)
  • "La espuma de los días." Boris Vian

Información y contacto

Reuniones: miércoles o los jueves de 14:30 a 15:30 en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Aula 3204-B.



Para contactar manda un correo a carol_14__@hotmail.com , os contestará Carla, que es un poco arisca. No es por meterme con ella, simplemente es una palabra sonora, por tema de publicidad litetaria...


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lunes, 10 de mayo de 2010

En la ciudad...(Julio MEdem

El temblor de su piernas no era nada comparable con el temblor del suelo. Un movimiento continúo de pies lo apabullaban con sus idas y venidas, sus estoques afilados, sus contundentes suelas, sus ruidos y sobretodo su asombrosa imprevisibilidad. Ninguno parecía seguir una trayectoria definida aparente. Algunos se paraban en seco, otros andaban zigzagueando, otros lo hacían ayudándose de una tercera pata e incluso cuatro. De repente se daban la vuelta y volvían sobre sus pasos o giraban bruscamente chocándose entre ellos. Todo ello acompañado de verbalizaciones y ruidos que salían de sus bocas y que se perdían en la infinidad del cielo, así como del rastro inconfundible que iban dejando a su paso. Tan pronto caían meteoritos de comida, como salpicaban lagunas pegajosas, como descendían grandes troncos en llamas ingrávidos desde arriba. Estos, si no se apagaban al chocar contra el suelo debido al golpe, eran pisoteados a conciencia hasta que las cenizas tiznaban el asfalto y yacían moribundas y evisceradas sobre él . Parecían un hormiguero después del abandono de la reina: caos autómata sin rumbo. A su alrededor los ferrocarriles chirriaban sobre sus vías y los perros ladraban a otros perros mientras olfateaban sus orines. Enfrente un flujo intermitente de máquinas rodantes, unas más largas que otras, se cruzaban milagrosamente entre sí sin chocarse. De los más largos descendían cientos de pies intercambiando más variedades de sonidos, todos igual de estridentes y absurdos, para volver a subirse de nuevo rumbo hacia la perdición.
De pronto, como si alguien colocara un tapón en una botella de vino, la afluencia de máquinas rodantes paraba para dar paso a cientos de pies que hacían temblar sudorosamente el suelo. Al rato, las máquinas se ponían en marcha a la vez y continuaban en su ardiente empeño de mantener alejados a los pies, que ahora se amontonaban a ambos lados de la calzada inquietos esperando a poder cruzarla.
Sólo una sombra permanecía sobre todas las demás en medio de la multitud. Alzada en su peana, la figura interfería entre las máquinas y los pies, sin poder separar los suyos propios de la base, ajeno por años al paso del tiempo y testigo silencioso de la locura que le rodeaba.

Miró hacia el cielo donde se recortaba magnánime y serena la divina figura. Deseó con todas sus fuerzas estar cerca de ella y saberse a su amparo, arrullarse bajo su valentía y abrazar su protección. Tan pronto sintió como las lágrimas de la impotencia ablandaban sus alas, se acordó de que las tenía e inició el vuelo agradecido hacia su salvador.

miércoles, 28 de abril de 2010

Tick Tack

Se revolvió un tanto en el banco, luego se levantó, giró sobre si mismo y comenzó a deambular de un lado a otro en línea recta, cada vez más rápido, con zancadas cada vez más largas. Miró dos o tres veces el reloj y en tal tarea estaba cuando, de repente, volteó la cabeza de un golpe hacia el altavoz que mascullaba al final del andén: Próximo tren no admite viajeros. Dejo caer la cabeza y resopló, volvió a mirar el reloj. Cinco minutos de retraso. Se sentó nuevamente y sacó un periódico de la cartera, lo ojeó sin detenerse en ninguna página, mirando hacia la muñeca con cada titular.

Apartó el periódico a un lado con brusquedad. Se mantuvo muy quieto, sacó el pañuelo y se secó el sudor de la frente con gesto cuidado. Apoyó las manos sobre las rodillas. Siete minutos de retraso. Silbó una canción desenfadada y tamborileó con los dedos durante un rato. Miró el reloj. Diez minutos de retraso. Volvió a secarse con manos temblorosas el sudor de la cara y el del cuello y el de los brazos. Repitió la limpieza unas cuantas veces. Entonces se levantó de un golpe. “Chamartín, via 2, Chamartín vía 2” .Se acomodó las mangas de la camisa y la alisó concienzudamente. Cerró los ojos, relajó los hombros, ladeó el cuello y se lo masajeó con suavidad, inspiró y espiró un par de veces. Sonrió. Las puertas del tren se abrieron. Un torrente de cuerpos, bolsos, carteras, bastones y otros manchones indistinguibles inundó el andén. Se apartó con dificultad de las puertas del tren y esquivó refunfuñando a los implacables invasores, mientras volvía compulsivamente la cabeza de un lado a otro.

Pronto la estación quedó desierta, observó un rato más, girando la cabeza más despacio y al fin chasqueó la lengua y torció la boca. Volvió cabizbajo al banco arrastrando los pies y se dejó caer.

Entonces sucedió: tras tornar los ojos hacia la derecha, aferró fuertemente las barras metálicas del banco con las manos y se inclinó hacia delante. Sus ojos brillaban y sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Había llegado.

domingo, 18 de abril de 2010

sukuiah

Bueno, aquí van mis haiukus o mas bien los "sukuiah" como dijo Patitas, jeje. Ya comenté que me lié e hice 7-5-7 en lugar de 5-7-5 como correspondia. En fin, que espero que os guste!

Aquel tejado cayó
¿Que día será?
Comida ya, por favor

Extiende esta pierna
hora la otra
Relájate y goza

Pastaban las ovejas
El humo daña
Nado para escapar

domingo, 21 de marzo de 2010

Historia de un invisible y un sabelotodo

Sonaban las luces y en su mente solo veía un torbellino de sonidos iguales y, a cada cual más dulce, su cadencia era tal que sólo el frío sonido del metal al golpear contra la bandeja, también metálica, le hacía suspirar… era todo tan hermoso…


Sus ojos pasaban de una máquina a otra y a las guapas camareras que se acercaban hacia él para ofrecer todas las bebidas y entremeses variados… - Bueno está bien, a él precisamente no, al señor de su costado- Bueno ahí había otra chica y esa sí que venía hacia él, pero tampoco pudo ser, pero pensó que era porque el chico joven de tres pasillos más a la derecha se le había adelantado al llamarla.


Así pasaron no dos, sino todas las camareras de aquel lugar… y comenzó a darse cuenta que, o estaba muy borracho o es que pareciera que la gente ni le miraba, ni siquiera, pensó, me miran por ir mal vestido, comenzaba a hechar de menos el que la gente se apartara de él por quizás, oler mal, como solía suceder, lo de ser pescadero era un buen negocio, sobre todo en Navidades, pero para el día a día, como suelen decir, te llevas el trabajo a casa…


No, en éste caso, la gente simplemente pasaba de él, ni se inmutaban que el estuviera cerca.


En otro lugar se escuchaba una conversación:


“No, te digo que no, ya son dos los que perdemos en éste mes y no puede volver a ocurrir, mi trabajo pende de ello... ¿sabes cuánta gente ha habido antes de mi en éste lugar?


Por Dios, eres un agonías, por dos huevos, ¿que te puede pasar? Hazme caso, con un par de grados más en la incubadora, los pollos saldrán más grandes y fuertes, te lo digo por experiencia.


¿De que experiencia hablas? Que yo sepa sólo has tenido granjas y… ahí los huevos los cuida la gallina…


Si, por eso, que mejor que una madre gallina para cuidar a sus huevos y yo creo recordar, cuando meti mi mano, una vez bajo sus enaguas que allí hacía más calor que en la incubadora… se te mueren, no por mi calor, sino por tu frío, ¡los pobres pollos deben de coger un resfriado ahí dentro!


Mira, mejor calla, no eres más que mi padre, el carnicero, yo tengo una carrera, soy biólogo y, además, zoólogo, sé mejor que tú lo que les conviene, si al menos fueras pollero…


Está bien hijito, sigue con tu trabajo… ya no necesitas a tu viejo padre para freír a tus pollos…


Sin más, el padre se dio la vuelta y marchó del lugar, el hijo intentó rectificar, pero ya era tarde, herir el orgullo de un padre es peor a que te caiga una losa en la cabeza, al menos, con la losa te acabas desmayando y, por ende, no te enteras de lo que sucede, pero con esto…


El pobre carnicero se miró la solapa de la camisa a cuadros, de la cual colgaba una etiqueta que dictaba: “Visitante” y pensó en que su hijo ahora estaría lamentándose por lo que le habra hecho y aunque por una parte se lamentó, otra de él se sonrió pensando que si eso era así es porque su hijo aún lo consideraba alguien para que le aconsejara, y eso, en su fuero interno, lo lleno de satisfacción.


Pensando en su chapita de “Visitante” y en que no había tenido que pagar nada por entrar decidió dar una vuelta entre todos aquellos animales, era su día libre y así, esperaría que su hijo saliera de trabajar.


La alfombra era roja… invitando a pasear por ella y aquellas luces de las tragaperras le daban la sensación de estar en Hollywood, se sentía importante.


Una ficha se cayó frente a él y se agachó para recogerla y entregarla al jugador de turno, que según sus cálculos llevaba más de 5 horas frente al mismo cacharro. Recogió la moneda y se la ofreció a su dueño, pero por alguna razón, el también se agachó y se levantó con ella en la mano, pero… ¿Cómo podía ser? Sólo se había caído una moneda y los dos tenían una.


Pensó que había visto mal y punto… no quiso pensar más. Cansado de esperar que las camareras lo fueran a atender se paró en el camino de una de ellas, la cual se tropezó y en su intento por no dejar caer la bandeja que sotenía acabó esquivando al desgraciado pescadero…


Aburrido y apesadumbrado miró dentro de sus bolsillos y no tenía nada de dinero para, al menos el poder jugar, lo único que tenía era una serie de rotuladores de colores, pero… ¿Qué hacían allí? No recordaba haber estado coloreando algo y entonces… ¡le vino la inspiración! Comenzó por el brazo derecho y cuando acabó parecía pintado por un niño de 5 años, tenía garabatos por todo su brazo, cuando se vio, sonrió, había vuelto a su infancia. Sin importar la demás gente, siguió por su cara y recordó cuando su madre lo vestía de Carnaval, era feliz aunque nadie más lo viera, era invisible para el resto del mundo pero, el se veía a todo color.


Los monos eran más divertidos de lo que parecían y los hipopótamos pensó “¿como pueden nadar siendo tan gordos? Acaso tener grasa te salva de morir ahogado?” mientras divagaba y su mente volaba a veces lejos, a veces cerca del Zoo, se sentó en un banco a la luz del mediodía y una niña pasó cogida de la mano de su madre, cantaba (o eso balbuceaba) y se reía de todo, pintada su cara de tigre y unas ceras en la mano. El viejo carnicero no pudo más que sonreír pues hacía ya unos años, un niño de la misma edad aproximadamente que la tigresita que pasó delante de él entró de la mano de su madre al mercado mientras ella compraba en el puesto de en frente, su eterno competidor, un pescadero, jugador empedernido que le quitaba la mayor parte de la clientela por saber venderse mejor que él… Esa mañana el niño se aburría tanto en la cola que gritaba y gritaba, pataleaba y el señor vendedor cogió unas pinturas que tenía en su trastienda, un cuaderno ajado por el tiempo se lo dio para que pintara, y lo calmó, milagrosamente lo calmó.


El niño le entrego las pinturas al acabar, él las guardó en su camisa y se dio cuenta del tiempo que hacía que no pintaba ni coloreaba algo, eran cosas de niños supuso.


Al paso del tiempo la pescadería cerró y a través de rumores se enteró que el pobre señor había enloquecido por todos los problemas que había en su casa, ahora estaba en una residencia y cuéntan que se pasaba el día agachandose, como queriendo recoger algo, caminaba mirando al suelo y entorpeciendo el paso de las enfermeras por su lado. Sólo le veían sonreir cuando conseguía sus ceras de colores y, si se le acababa el papel, se pintaba entero. A las enfermeras no las hacía ninguna gracia, pero el parecía divertirse. Nadie lo sabe pues, según los familiares, nunca más volvió a decir palabra.



¡Cuán afortunado soy! Y me quejaba que me quitara la clientela… pensándolo bien, voy a decir a mi hijo sino se quiere ir a tomar un helado como descanso… al fin y al cabo, todos llevamos un niño dentro… por muy biólogo que sea.